o es tan fácil como parece decir de dónde era en verdad José Gaos, que nació en Gijón en 1900. Si nos atuviéramos al dictamen de su amigo y compañero de estudios Max Aub, en el sentido de que «cada uno es de donde ha hecho el Bachillerato», el gijonés se nos vuelve parcialmente levantino, valenciano en particular. Pues si aprendió sus primeras letras en el colegio que los Dominicos regentaban en la ciudad cantábrica, los latines y griegos avanzados los cursó ya en Valencia, donde inició, asimismo, sus estudios de Filosofía y Letras. Pero para complicar un poco más la sencilla adscripción de patria chica y patria grande, José Gaos salió de España en 1938 hacia un exilio del que nunca volvió, y no es sólo que desde un comienzo él fuera acogido y honrado en México, sino que él mismo acogió y adoptó al gran país azteca como su «patria de dilección», «de elección», «de destino» -términos todos estos acuñados por el propio Gaos con evidente entusiasmo-. De suerte que el gijonés por nacimiento y primer Bachillerato, y valenciano del resto de adolescencia y juventud, se sintió durante casi treinta años mexicano de destino, «trasterrado» al gran país azteca, que no (o no sólo) «desterrado» a él. Y, en fin, entre su presencia en Valencia y el posterior exilio americano, Gaos se desplazó casi constantemente por la geografía española, y no sólo por ella: terminó la carrera universitaria en Madrid, incorporándose al círculo de discípulos de Ortega; fue luego lector de español en Montpellier, de donde volvió a Valencia a ganarse la vida dando clases sobre todo de alemán; pero superó con éxito oposiciones de instituto de Bachillerato y fue destinado a León, y ganó poco después una primera oposición a cátedras universitarias de Filosofía y ejerció con pasión su magisterio en Zaragoza, para obtener finalmente la cátedra de Introducción a la Filosofía en la legendaria Facultad de Filosofía de Madrid en 1933. Cuando el peregrinaje vital y profesional de Gaos parecía así tocar a su fin y augurar décadas fecundas de sedentarismo intelectual, la guerra civil terminó por arrojar al gijonés al otro lado del Atlántico.

No menos paradójicos que la respuesta algo enrevesada a «de dónde era» son, asimismo, ciertos aspectos de la pregunta acerca de «quién era» José Gaos y González-Pola. Baste decir que Ortega, al poco de conocerlo y de reparar en algunos rasgos llamativos de su personalidad introvertida y a la vez soberbia -decía él mismo quizá con exageración-, le preguntó en confianza si acaso no era él hijo único: ¡él, que resultaba ser el mayor de catorce hermanos, de los que sobrevivían once! Pero la cuestión está en que el preguntado se llenó de asombro ante la perspicacia del filósofo madrileño, ya que el primogénito de los Gaos sí había pasado en solitario toda su infancia asturiana, en el hogar de sus abuelos maternos, mientras la familia que no dejaba de crecer se había trasladado cerca de Orihuela. El primero de la prolífica descendencia creció, pues, en efecto, como hijo / nieto único (no me resisto a la tentación de mencionar que el descendiente decimocuarto y último del matrimonio, por entre destacados poetas y activistas políticos, era la inolvidable Lola Gaos: rostro inconfundible de grandes películas como «Viridiana», «Tristana»o «Furtivos»).

Ya puestos, las paradojas de la persona de Gaos podrían extenderse a su propia trayectoria intelectual. Pues generaciones y generaciones de lectores de filosofía en español se han beneficiado de su trabajo sin reparar lo suficiente en el mérito del gran traductor que ponía a su disposición en la lengua de Cervantes los tesoros de la filosofía alemana clásica y contemporánea. Quizá solo quien ha probado la tarea de traducir, y traducir filosofía, y gran filosofía alemana, está en condiciones de reconocer la magnitud de los logros conceptuales y expresivos de Gaos. Si en el lenguaje específico de la biblioteconomía se denomina hoy a los traductores, con un giro sorprendentemente preciso y de nuevo paradójico, «autores secundarios», apenas admite disputa que en la filosofía de habla española el primer «autor secundario» es por derecho propio José Gaos. Sólo mediada la década de los cincuenta, a sabiendas de que su obra como «autor primario» se estaba resintiendo de ello, suspendió él su generosísima dedicación al quehacer traductor.

Pues bien, es la noticia editorial de que en este año de 2007 se han publicado en España dos obras firmadas por Gaos como autor único, primario, lo que motiva este recuerdo por entre tanto olvido y justifica estas líneas de reconocimiento. «Introducción a la fenomenología seguida de «La crítica del psicologismo en Husserl» son los títulos originales de estos dos escritos de juventud de Gaos, que sólo habían visto la luz, en su curiosa unidad doble, en la ciudad mexicana de Xalapa en 1960 -editados por la Facultad Veracruzana que Gaos contribuyó decisivamente a fundar-. El primero de ellos es una ambiciosa y precisa introducción, presentada a las oposiciones a cátedras universitarias. El segundo, «La crítica del psicologismo en Husserl», fue la tesis doctoral de Gaos ampliada, que había conocido una precaria publicación en Zaragoza en 1933. Ambos ensayos dan fe de la extraordinaria recepción en España del pensamiento filosófico creador que se estaba gestando en Europa, fundamentalmente en Alemania. Extraordinaria digo por lo temprano de la fecha, anterior a su difusión en Francia o Italia o, por supuesto, en Inglaterra, pero también por el acusado rigor con que el discípulo de Ortega y amigo de Zubiri que era Gaos piensa y repiensa en estos textos la obra de Husserl y en menor medida la de Max Scheler y Heidegger. De Ortega en persona había aprendido el gijonés-valenciano-hispano-mexicano que en la empresa de la filosofía sólo cabe una recepción cabal del pensamiento ajeno desde la actitud, a la vez humilde y exigente, de quien participa como cocreador en la misma tarea de búsqueda de la verdad.

También la obra filosófica de madurez de Gaos, que ya despunta en estos escritos de juventud, nace del sesgo original que él imprimió al raciovitalismo de su maestro. Para Gaos, en una radicalización explícita del «perspectivismo» orteguiano, todo pensamiento filosófico estaría marcado de forma inevitable e insuperable por la individualidad del filósofo que lo propone y surgiría del peculiar e intransferible avatar biográfico del pensador. De algún modo, la filosofía abstracta, que se formula en tesis y argumentos objetivos, sería en realidad una decantación de experiencias subjetivas que se han vivido en una irrepetible circunstancia histórica. Sin duda que este planteamiento en el límite del escepticismo no escapa a numerosas dificultades, pero nadie podrá negar a José Gaos la plena coherencia con su posición, ya que él mismo narró con detalle la peripecia biográfica que a él, a él como filósofo, le llevó a esa conclusión. En su caso, se trató fundamentalmente de la sorpresa con que reparaba en cómo a lo largo de su vida había tenido por verdaderas sucesivas posiciones filosóficas que se revelaron incompatibles, y que él fue abandonando sin propiamente contar con refutaciones en regla de ninguna de ellas: entre 1923 y 1933 él fue un fenomenólogo de estirpe husserliana, luego, hasta 1953, se convirtió en seguidor de Heidegger; pero ya antes de 1923 sus lecturas valencianas le habían hecho seguir el neokantismo. Mas he aquí que, aún antes, en torno a los quince años, en la biblioteca gijonesa de sus abuelos y en consonancia con el catolicismo tradicional de éstos, el mozalbete Gaos había descubierto que en el mundo existía algo así como la filosofía a través de la lectura de alguna obra de Balmes a cuyas tesis se adhirió de inmediato y con decisión. En la ciudad de Gijón, en alguna casa de Ablaña que hoy nos es desconocida, un futuro filósofo descubría la posibilidad apasionante de alcanzar racionalmente la verdad, para, andando los años y los muchos trabajos, llegar a pensar que la filosofía más verdadera pasaba por su historia personal indeclinable y remota. Es quizá una última paradoja con la que acabar un merecido homenaje a José Gaos precisamente en su tierra natal.

Agustín Serrano de Haro es investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).