Hay libros que son todo un descubrimiento. El que hoy se presenta en el Club de Prensa de LA NUEVA ESPAÑA podría catalogarse dentro de tan selecto epígrafe *. Digamos, de entrada, que sirve para conocer más a fondo a un escritor tan prolífico como Unamuno, pues aquí se publican muchas cartas inéditas suyas. (Entre paréntesis: no se pierdan, como muestra de admirable sagacidad, lo que dice el rector salmantino sobre un Picasso aún apenas conocido)Y, a poco que se haya transitado la obra del escritor vasco, habrá podido advertirse que el género epistolar no es en don Miguel literatura menor. Acaso el conjunto de su obra pretenda ser, casi siempre con éxito, un inmenso conjunto de cartas a ese lector de carne y hueso, mortal y angustiado, al que se dirige en todos los géneros que cultivó. Digamos también que este epistolario sirve para descubrir a un literato, cuya vida no despierta menor curiosidad ni es menos poética, que su obra, escasa y dispersa, aunque muy atractiva: hablamos de Bernardo González de Candamo. El libro que aquí nos trae nos ayuda a descubrir, más allá de los datos, que son muchos, a Bernardo González de Candamo, literato nacido en París en 1881, que fallecería en Madrid en 1967. Se trata de un personaje muy vinculado a Asturias por tradición familiar (su estirpe procede de Pruvia y de Morcín) y por sus frecuentes visitas y estancias entre nosotros.

Bernardo González de Candamo, que se relacionó con los grandes poetas del modernismo y que, al mismo tiempo, tuvo la protección y el cariño de Unamuno. Un caso más de «hijo pródigo del 98». O, mejor aún, otro ejemplo que abre fisuras en la muy didáctica y no menos discutible dicotomía entre modernismo y 98. Para mayor baldón contra los tópicos de la historia literaria, Candamo pertenecería a la generación siguiente, la de 1914: nació un año después que Azaña, dos años antes que Ortega y en el mismo año que nuestro Pérez de Ayala. Sin embargo, modernista y noventayochista. Que se pronuncien al respecto los estudiosos.

Jesús Blázquez, editor del libro y autor del prólogo a esta correspondencia, nos desgrana un montón de datos de la vida y obra de González de Candamo hasta 1936, cuando la muerte de Unamuno inició aquella era «de atroz silencio» que le esperaba a España, según escribió Ortega en su necrológica sobre aquel gigantesco escritor a quien el filósofo madrileño había llamado «el energúmeno» de las letras hispanas en una de las encendidas polémicas que hubo entre tan irrepetibles figuras.

Fue Bernardo fundador y colaborador de revistas, algunas de vida efímera. Asiduo a las tertulias más renombradas del Madrid de principios del XX, siempre lúcido y a veces mordaz crítico. Omnipresente en la vida literaria de la Edad de Plata, desde el homenaje a Larra hasta las rebeldías contra la mala literatura y contra la Restauración canovista. Figura de primer orden en la llamada Docta Casa, es decir, en el Ateneo de Madrid, donde desempeñó las tareas de bibliotecario en el Madrid asediado durante la guerra civil. Gracias a tan documentado estudio preliminar, sabemos quién fue y qué fue Bernardo González de Candamo. Como Valle-Inclán, Azaña y Augusto Barcia, fue corresponsal de prensa durante la Primera Guerra Mundial.

Tras la lectura del prólogo de su hijo y del extenso preliminar de Blázquez, llegamos a la conclusión de que Candamo, ante todo y sobre todo, fue muchas cosas posibles, y que las circunstancias hicieron que no cuajara en ninguna de ellas, no por falta de talento, sino por un problema muy común al que fue su tiempo literario: por la dispersión.

El libro que hoy se presenta pone ante nosotros a un personaje de enorme potencialidad que representa además lo mejor de aquella era tan irrepetible de nuestra literatura. Y que muestra que, por mucho que se investigue y se estudie la llamada Edad de Plata, siempre son posibles nuevos descubrimientos. El que nos ocupa es uno de ellos, y no menor.

Se cierra el libro y en ese momento irrumpe una curiosidad voraz por conocer lo que fue la vida de Candamo desde el 36 hasta su muerte, y también, con temor y temblor, por buscar lo que quedó de él tras la guerra civil, en aquellos artículos firmados con un seudónimo que para todos los asturianos resulta tan evocador: Iván de Artedo. Apremia también que se reedite su libro «Estrofas», cuya lectura nos aportará mucho a las potencialidades literarias de este personaje.

Bernardo González de Candamo, una biografía de un tiempo y de un país cuyo tesoro literario es inextinguible, y que ni siquiera una dictadura tan interminable consiguió expoliar, aunque no fue por falta de empeño. Ni de medios.

Asómense a este libro, a esta presentación. Asistirán a todo un descubrimiento.

*Unamuno y Candamo. Amistad y epistolario. Ediciones 98. Madrid, 2007. 410 páginas.