P icasso pintó el «Guernica» en días como éstos de mayo del año 1937. Si algún adivino le hubiese dicho que ese cuadro tardaría más de cuarenta años en llegar a España y que entonces estaría un Borbón en la Jefatura del Estado, un Calvo-Sotelo en la Presidencia del Gobierno y Dolores Ibarruri entre los diputados se habría muerto de risa. Menudo profeta.

Sin embargo, así ocurrió. ¿Cómo fue posible? En las dos décadas anteriores, España se había transformado de tal manera social y económicamente que las tensiones políticas de la transición se soportaron hasta resistir incluso contradicciones tan fuertes como las indicadas con el dramatis personae apuntado antes.

En la hora de la muerte de Leopoldo Calvo-Sotelo -y ahora precisamente que algunos parecen empeñados en resucitar vindicaciones que se remontan a la guerra civil- no sobra recordar hasta qué punto todo lo bueno fue posible en la transición gracias, entre otros, a personas como él.

Cabe también aún otra reflexión, caracteriológica y determinista: ¿qué tiene el Eo que a sus aguas nace o crece tanta gente destacada?

A vuela pluma, el propio Calvo-Sotelo y dos de sus hijos, políticos sobresalientes; la vicepresidenta Fernández de la Vega; la ministra Cabrera y su hermano José Ignacio, alto cargo del Principado; el empresario Rafael del Pino; el rector Bustelo; el ministro Bustelo; la feminista Bustelo y su esposo, Kindelán; el ministro Fernando Morán, siquiera sea por consorte; los Sanjurjo, incluida la consorte, María José Ramos; el psiquiatra José Luis Mediavilla; el empresario Eugenio Prieto; el europarlamentario Antonio Masip; el abogado José Luis Pérez de Castro; el sociólogo nudista Miguel Cancio; los Milans del Bosch; los Lombardero; el científico Viqueira; el pianista Leopoldo Erice, y, claro, Manuel Díaz Ron, uno de los ciudadanos más influyentes de Francia. ¿Qué tiene el Eo? No lo sé, pero no hay casualidades.