Los augures de la economía dicen que «Asturias-destino-turístico» va a resistir con cierta donosura la crisis, pues aquí los precios están más contenidos que en otras regiones. Es decir, tocan tiempos de turismo barato, y en eso siempre hemos sido expertos aquí. Por ejemplo, en Gijón, donde pueden contemplarse en algunas épocas las calles atiborradas al tiempo que los comerciantes comentan que no lo están notando en las cajas registradoras; o que los hosteleros dicen inmutarse poco, pues lo que prefieren es el consumidor oriundo y regular.

Lo que no sabemos es si esta baratura incluye esta fiebre que le ha dado al respetable por irse al campo a observar osos. Desconocemos las tarifas que aplican las empresas organizadoras de estos itinerarios, pero dado por hecho que el visitante ha de aportar sus propias piernas para el recorrido, y sus prismáticos o telescopios para la observación, malo sería que lo cobraran a precio de visita a una isla de las Seychelles.

Ahora bien, si lo que se cobra es el riesgo de bordear lo prohibido, es decir, meterse en el territorio osero más allá de los límites adjudicados, entonces estaríamos ante una tarifa especial.

En cualquier caso, el Principado ha abierto expediente para empapelar, si procede, a dos franceses a los que la guardería rural parece haber pillado traspasando la intimidad osera. Y también hay por ahí una firma británica que ofrece aproximar a los guiris a los plantígrados.

Estos asaltos al coto de los osos parecen vinculados, al menos en el tiempo, con la atracción que ejerce el cercado de Proaza, donde el cántabro «Furaco» huele y se deja oler por las huerfanitas asturianas «Paca» y «Tola», con vistas a una próxima coyunda.

Ello fue la atracción del pasado puente del 1 de mayo, y no nos cabe duda de que ir a mirar osos se encuentra todavía dentro de la franja de gasto turístico que resiste el bajón de la economía. Por tanto, habrá que exponer más osos al sacrificio visual para que esta región mantenga alta su autoestima turística.