La gran campaña sobre la que China basó su candidatura para presentarse como un país abierto y respetuoso se ha desmoronado a pocos meses vista de la celebración del máximo encuentro deportivo mundial. Las graves violaciones de los derechos humanos que podemos ver a través de los medios de comunicación cuestionan directamente la cultura de la paz y la libertad por parte del Gobierno chino.

Un servidor, que ha practicado un deporte que es, junto con el atletismo, la primera disciplina olímpica, lucha grecorromana para más señas, a la par que acérrimo seguidor televisivo cada cuatro años de las retransmisiones de las Olimpiadas, no conocía todavía la nueva disciplina anunciada por Li Zhanjun, director de prensa del Comité Organizador de Pekín, quien ha propuesto un nuevo deporte para fomentar la libertad de expresión en China: la manifestación. Para el desarrollo de esta modalidad se habilita además un terreno de juego: los «manifestódromos», lugares donde se atenderán las «especiales necesidades» de aquellas personas y deportistas que tengan algo que decir o que criticar durante los Juegos.

Ahora toca pensar si España presentará un equipo en esta nueva modalidad olímpica, aunque a la fecha en la que estamos no sé si dará tiempo a preparar a los atletas de esta disciplina. Cierto es que durante estos años en nuestro país se han ido forjando buenas «figuras» en estas lides, muy entrenados durante estos años en diferentes manifestaciones y movilizaciones. Sugiriendo una configuración del equipo nacional de manifestaciones, el seleccionador podría ser el cardenal Rouco Varela, quien, báculo en mano, ha adquirido una importante experiencia en la organización de manifestaciones obteniendo meritorios primeros puestos en muchas de ellas. En las filas de la selección se podría contar con los señores Zaplana, Acebes y Alcaraz, avezados promotores de movilizaciones ciudadanas, dignos además de ser concentrados en un centro de alto rendimiento de manifestaciones a crear en algún punto de la geografía española. El seleccionador deberá tener en cuenta que estos excelsos deportistas de la manifestación podrán entrenar de forma más intensa que cualquiera, ya que desde hace poco disponen de mucho tiempo al haber abandonado sus responsabilidades orgánicas. Ardua tarea la que le queda al cardenal-seleccionador por delante, a las dificultades propias de configurar un equipo y una vez hecho éste seguramente tendrá que oír voces y gritos de ¡Rajoy selección!, gritos de ánimo que seguramente reforzaran el ego de Rajoy en estos momentos «difíciles».

Nuestro concejal de Deportes, el Señor Tuero, podría plantearse también que nuestra ciudad aportase una representación a este encuentro olímpico. Gijón, que es una ciudad tradicionalmente comprometida con el deporte desde la base hasta la élite, y esperemos que dentro de poco con el Sporting en Primera, se caracteriza también por ser una ciudad reivindicativa y crítica con casi todo, que cuenta además con ilustres personas altamente entrenadas en marchas y manifestaciones. Como sugerencia nuestro concejal podría proponer también varias modalidades para este nuevo deporte -uso del megáfono, manejo de pancarta, tiro con gomeru o quema de neumáticos-, para que en China descubran cómo se las gastan en otros países a la hora de hacer reivindicaciones.

Estas ironías escritas sin ánimo de ofender a los movimientos reivindicativos gijoneses sólo tratan de poner en cuestión las carencias del Gobierno en China ante los Juegos Olímpicos, puesto que éstos deben cumplir los valores de la Carta Olímpica, en la cual y según Pierre de Coubertin, fundador del movimiento olímpico, el olimpismo ha de poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico de las personas, a fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana. Por tanto, los Juegos Olímpicos de Pekín deben ser un acicate para que el ejercicio de la democracia y la libertad de expresión no esté circunscrito únicamente a «manifestódromos» homologados.