El encontronazo era inevitable: después de que Manuel Fraga explicara que frente a un Gallardón siempre disciplinado y colaborador Aguirre había planteado dificultades al PP, la presidenta de la Comunidad de Madrid aprovechó la primera oportunidad para reclamar explicaciones a Fraga: «Ya me contarás qué problemas causo yo al partido», reprochó Aguirre a Fraga en un brevísimo encontronazo desarrollado con ocasión de inaugurarse un monumento a las víctimas de la banda terrorista ETA en la plaza de la República Dominicana de Madrid.

Fraga no había hecho otra cosa que mostrar su clara y conocida preferencia por Gallardón, en el enfrentamiento que se viene produciendo entre la Presidenta y el Alcalde, y que ha contaminado a todo el Partido Popular tras las elecciones del 9-M, cuando Aguirre levantó la bandera del debate ideológico y Gallardón se alineó sin dudarlo a las filas de Rajoy. En realidad, Esperanza Aguirre no se sabe bien qué tipo o clase de bandera arrió, pero todos coinciden en que, en buena medida, supo reunir a los descontentos con los resultados de las elecciones de marzo y, sobre todo, con el hecho de que Rajoy pretendiera pasar esa página apresuradamente, sin que se hubiera discutido suficientemente por qué el PP perdió de nuevo las elecciones o, más bien, qué había fallado otra vez: el líder, el programa, la estrategia.

Aguirre no pareció tener claro, siquiera en un primer momento, qué debía discutirse de esos tres elementos e, incluso, mezcló la ideología del partido, mezclando también en el debate a liberales o a socialdemócratas. Todos han coincidido en que se viene tratando de una pelea por el poder, ni más ni menos, que Esperanza Aguirre ha visto muy mermado en el seno de su propio partido por la pelea personal que le viene enfrentando a su amigo rival Gallardón. Todo arranca con la pelea de ambiciones de ambos, Aguirre y Gallardón, que ya dura varios años, y se oficializa la tarde en la que Aguirre se plantó a Rajoy y le obligó a prescindir de Gallardón para las listas de diputados por Madrid -si él va, yo también quiero ir, aunque tenga que abandonar la Presidencia de la comunidad, le dijo, convencida de que tras el 9-M se abriría la pugna por la sucesión en la presidencia del PP, y porque en modo alguno quería verse «sobrepasada» en el cargo por quien ahora mismo es su subordinado en el PP de la Comunidad de Madrid.

Desde entonces, Aguirre, que ya amenazó a Rajoy con sus poderes -el control de «su» TV de Madrid y de otros medios afines como «El Mundo» y la COPE-, se ha venido sirviendo de todos ellos para alentar a los discrepantes y sus argumentos, sin atreverse, sin embargo, a presentar su propia candidatura al congreso de Valencia. Pero todo ha ido a peor, en el seno del PP, y hoy es el día en el que Rajoy trata de controlar un partido que parece habérsele ido de las manos, cuando han aparecido las ambiciones descontroladas de otros muchos: Jaime Mayor Oreja, María San Gil, Gustavo de Arístegui, todos los descontentos por razones bien distintas -por la amargura de la derrota o porque se han quedado sin el cargo al que aspiraban- hacen frente común a «los oficialistas» de Rajoy, Camps, Soraya, González Pons, Gallardón, aunque no se vean con fuerza para presentar candidatura, ni programa ni líder propio. A un mes del congreso, el deterioro aún puede ser peor. Y es dudoso que el cónclave valenciano sea capaz de aplacarlo.