Hasta el próximo 7 de junio aún puede verse en la Casa de Cultura de Ribadesella la exposición de cerámica de Juan Garal (Gijón, 1974), complementada con algunas obras de Lydia Gelabert (Granada, 1972). Es una pena que las obras del entorno de la Casa de Cultura no inviten a nadie a acercarse por allí (¿sobrevivirán las palmeras a las zanjas que han destruido la mitad de sus raíces?, ¿callarán los ecologistas locales como cuando los negrillos de la grúa?), y también es una pena que el propio Ayuntamiento casi nunca dé publicidad a las exposiciones que ofrece en sus instalaciones, pues tal parece que se limitara a abrir la puerta y encender la luz. Desde luego, no coincide con mi idea de gestión cultural, si a esta forma de ofrecer exposiciones se le puede llamar «gestión».

En fin, vayamos al tema. El grueso de la exposición -la tercera del autor- pertenece a Juan Garal, un joven gijonés autodidacta que trabaja en una entidad bancaria riosellana y vive en Los Carriles, donde tiene su pequeño taller. Aprendió él solo, sostenido por su vocación hacia el dibujo y las artes plásticas, aunque en un momento dado sintió la necesidad de acudir a las clases de torneado del tarraconense Ramón Fort, antiguo profesor de la Escuela de Cerámica de La Bisbal y hoy propietario de su propia escuela en Llert, en la provincia de Gerona. Mucho saben de cerámica en aquellas tierras.

Sin embargo, salvo algunas vasijas en gres blanco francés, muy dúctil y suave, poca obra de torno presenta Garal en esta muestra, ya que la mayoría de las piezas son murales, planas, enmarcadas en madera como si fueran cuadros para colgar en el salón. Y, ciertamente, alguno de ellos yo lo colgaría en la parte más vistosa de mi casa. No sé si me atrevería a colgar el de la carrera de los espermatozoides (un verdadero chiste visual ya desde el título: «La vida es dura»), pero desde luego que colgaría el titulado «Otoño», una sugerente escena de troncos cimbreantes, desolado ramaje y toques tenues de color aplicados a la esponja. El material base es siempre barro de alta temperatura -en torno a los 1.300 grados- refractario o gres. Las decoraciones (naturalmente al fuego, como debe ser) las hace con engobes, pastas líquidas, que él mismo se fabrica a partir de una base de caolín blancuzco que consigue de una antigua explotación de Los Carriles y algunos añadidos de óxidos colorantes. Pura artesanía, a la antigua.

Una parte sustancial de su obra aquí expuesta es el vidrio, que utiliza profusamente sobre el barro con resultados desiguales, ya que está en plena fase de experimentación con los puntos de fusión del vidrio y sus alteraciones de color y morfología según se apliquen en contacto con cerámica refractaria o sobre gres. Los mejores resultados que hemos visto están en las obras «De sidras por Gijón» y, sobre todo, «La batea», donde los azules y los verdes conservan su fulgor, su transparencia vítrea y una gran riqueza de matices. Otras obras suyas, que ensayan el volumen, apuntan ya hacia la escultura y la tridimensionalidad, que Juan Garal admite tener en sus perspectivas próximas.

La muestra se completa con algunas obras de Lydia Gelabert, nacida en Granada, educada en Cataluña y residente en la localidad riosellana de Meluerda. Esta joven sí que tiene una sólida formación académica en Barcelona, Madrid y Faenza, Italia. Aunque sus hijas pequeñas la han tenido apartada del taller, ha querido volver a la actividad presentando algunas cosas de gran rigor formal -en las que creo ver huellas estéticas del vanguardista grupo El Paso- y enorme delicadeza cromática. Estoy seguro de que en un tiempo no muy lejano empezaremos a ver más obras interesantes de la nueva vecina de esta bellísima aldea. No corran la voz, que se nos llena.