Zapatero, con los juegos de manos acostumbrados, cierra Garoña. Una clausura sobreanticipada al plazo de diez años que aconsejaban los técnicos. No es, pues, una decisión justificada desde la ingeniería ni desde la economía ni cabe alegar que se trataba de una promesa electoral porque no hay tal: por cierto, mejor aseguraba el pleno empleo anunciado en los mítines y se dejaba de murgas. Ni siquiera cuenta que la inauguró Franco.

Entonces, ¿por qué ZP cierra Garoña?

Para entenderlo es preciso considerar las cosas desde un punto de vista radical, pero como tal perspectiva da pavor se obvia y entonces, claro, no se comprende nada de nada.

La energía nuclear es más barata y no tiene dependencias foráneas. Por eso es urgente construir al menos una docena de nuevas centrales. Zapatero lo sabe como todo el mundo, ¿entonces? Ahí es donde se impone el punto de vista radical al que me refería: Francia manda y le interesa que España sea un país menor. Llevamos así tres siglos, si alguien no lo ve aún o es un ignorante redomado o un cómplice. Para jibarizarnos, nada mejor que estrangular nuestra energía: el gas, de Argelia, neocolonia francesa; las nucleares, al norte de los Pirineos; nuestra multinacional Endesa, para el Estado italiano, y a ver qué acaba ocurriendo con Repsol.

Zapatero es el último afrancesado -por ahora-, está ahí con las bendiciones de la potencia que nos semicoloniza y tiene que cumplir con sus dictados.

Por eso mismo -hay que seguir pensando radicalmente- ZP impulsó el Estatut con más fuerza aún que los nacionalistas y ahí está, aún caliente, la nueva ley que erradica el castellano de Cataluña como exige Francia porque es un factor definitivo de ruptura de la nación española.

¿Qué se puede esperar de un presidente del Gobierno que celebró los doscientos años del Dos de Mayo regalando un libro-apología de los afrancesados? Lamento decirlo, pero no veo salida, porque Rajoy, desde hace año y pico, tiene similares ataduras.