Nunca he sido una persona a la que le haya gustado hacer las cosas cuándo y cómo le dicen si la única razón es el «porque sí». Aunque como toda persona que vive en una sociedad no han sido pocas las ocasiones en las que no me ha quedado otro remedio que hacerlas «porque sí».

Hasta ahí es lógico, pero lo que no lo es tanto, o por lo menos a mí no me lo parece, es que tenga que encontrar humor donde otros dicen que lo hay y reírme cuando ellos me digan que lo haga. Y eso es lo que sucede con las famosas «risas enlatadas». Es una costumbre que yo creo que importamos de Estados Unidos, país que respeto como se merece, aunque me gustaría saber a quién se le ocurrió la feliz idea de convertirlo en la Meca de nuestra cultura. El caso es que recuerdo una época, no sé precisar fechas, en la que veíamos las series televisivas riéndonos cuando nos apetecía sin tener en nuestro salón a nadie que estuviese allí con «entrada de clac».

La «entrada de clac» es algo que se remonta a los albores del siglo pasado. En los teatros había un empleado de la empresa, cuya misión consistía en asistir a todas las funciones e iniciar los aplausos pactados con la compañía y, a veces, con los propios actores que, a cambio de un estipendio, conseguían del mencionado empleado un aplauso cuando aparecían en escena. A este empleado, denominado según las regiones «cabo o jefe de clac», le daba el propio teatro unas entradas sin coste alguno para cada función; entradas que vendía a un precio muy inferior al de taquilla, para todos aquellos que no podían costear su afición a este espectáculo, con el único compromiso de estar pendientes de este hombre de los aplausos y seguirle cuando él iniciase la ovación.

La idea del clac no estuvo mal si lo miramos desde el punto de vista de todas las personas que tenían una economía tan precaria, cosa tan normal en aquellos años, que no les permitía alegrar su espíritu acercándose a esta expresión del arte. Hoy está en desuso, es una profesión que ha quedado obsoleta porque el espectador de teatro, el que disfruta realmente con este espectáculo, no necesita que nadie le diga dónde está la calidad, la excelencia o el humor porque sabe reconocerlos por sí mismo.

Entonces, ¿por qué tantos años y libertades conseguidas después se siguen empeñando en decirnos cuándo nos tenemos que reír?, ¿de verdad piensan que somos tan tontos o es que tienen tan poca confianza en la calidad de su trabajo que tienen que decirnos de esa manera tan poco agradable qué es una comedia? Ya hemos crecido, sobre todo culturalmente, así que, por favor, déjennos expresar nuestras emociones cuando realmente nos apetezca.