La Generalidad catalana se ha gastado 27.000 euros en realizar informes parapoliciales sobre periodistas, así que por si acaso hoy no voy a decir nada de la presumible despedida de ZP de la política -si no, ¿para qué ha llevado a la Casa Blanca a sus incógnitas hijas?- ni del interraíl personal que ayer anunció Areces -va a recorrer Europa arriba y abajo como si aún fuese un chico de Preu- ni de las pretensiones de De Lorenzo de convertir al Oviedo en fiestas en una gigantesca guardería. No, no quiero aparecer en las listas negras de personajes tan poderosos, así que voy a referirme a algo menos comprometido: la pretensión ecologista de que cada cual mee en la ducha.

Lamento ser tan explícito, pero así lo han dicho. Quieren que se ahorre agua, aunque, ya puestos, más lógico sería no ducharse jamás, como hacen algunos cultivadores del arte pobre personal y del nihilismo guarro más extremo.

Aseguran que el planeta se acaba a cuenta del cambio climático y tal y tal y tal.

Pero no. El otro día se publicó que el hielo en el Ártico ha crecido un 24 por ciento en los dos últimos años. Actualmente, la superficie helada alcanza los 5.301.219 kilómetros cuadrados, cuando en 2007 era de apenas 4.267.813. Es más, Gerd Leipold, director ejecutivo de Greenpeace, reconoció en agosto que había mentido al predecir que el hielo en el Ártico se habrá derretido en el año 2030. Una mentira para agitar las conciencias, dijo.

Y asimismo se acaba de conocer que desde 1975 se ha producido un incremento constante del número total de árboles en España. Ha crecido un 130 por ciento, lo que supone 10.074 millones de nuevos ejemplares.

¿Dónde está el deshielo alarmante?, ¿qué fue de la desertización galopante?, ¿cuándo los políticos van a controlar siquiera una mica, que diría un catalán, su disparatado ego?, ¿qué pondrá en mi ficha político-policial-periodística?, ¿hasta cuándo lograremos mantener al menos el santo albedrío de mear libremente?