Ibamos buscando una sombra solitaria donde vaciar nuestro pecho de tristeza. Eso era entonces América, tierra baldía, oraciones de rifle, millones de hectáreas de odio y una hija suicida de la guerra. Pero hace un año, aquel negro de voz templada y justicia salomónica logró que un reverendo llorase por aquello que ya no creía, volvió a alimentar a su pueblo de esperanza y, después, allá donde pudo, buscó la ocasión de cumplirla.

Es cierto que Afganistán sigue siendo un polvorín sembrado de cadáveres, niños sin sonrisa y mujeres sin otro destino que ver correr la sangre, en una guerra huérfana de Bush, pero hija de un talibán con luenga barba. Cada nuevo día gimen más viudas, lloran más huérfanos y, como diría Shakespeare, hieren más pesares la bóveda del cielo. Sin embargo, el mundo, al salir el sol, se despierta con un nuevo sueño todas las mañanas de noviembre. Desde que Barack Obama, el heraldo negro de Illinois, llegó a la presidencia norteamericana, los sacerdotes del petróleo han dejado de rezar en las mezquitas y una paz fría y nevada, ambigua y diplomática se teje cada día. No le faltarán traidores a este mirlo empeñado en alcanzar la paz, pero, aunque parezca mentira, han dejado de sonar los cascabelones colgados en el pecho de un general persa y los artilleros americanos regresan mutilados de Irak a sus hogares, con el gesto triste y descansado.

Obama intenta sostener el paraguas nuclear y ha enterrado la llave del Apocalipsis bajo los pies del soldado desconocido. Pero la peor acosa al presidente más europeo que habita las dependencias de la Casa Blanca. Mientras trata de construir los cimientos de una sanidad pública y trata de reducir la lista del paro, los republicanos lo acusan de comunista. Los halcones ven cómo peligra su negocio en las farmacias y en las armerías. América tiene un sueño y los cuáqueros pretenden convertirlo en pesadilla.

Si hay algo que reúne a Obama y a Kennedy en el mismo despacho oval es su facilidad para convertir la política en un misterio. Ambos consiguen que el hombre se transforme en un acontecimiento y en una conciencia capaz de apagar los viejos miedos fomentados por el viejo testamento, la cruda y cautelosa fe de quienes manejan fríamente y sin escrúpulos el poder del dinero.

La América de Obama ha logrado resucitar el New Deal. No es un hombre de izquierdas, pero sabe que la mano invisible del mercado siempre está del lado del más fuerte. Se enfrenta a la realidad intentando parecer un hombre vestido de cualquiera, pero su popularidad desciende al ritmo del fracaso. Le piden en un año lo que cuesta un sueño. Ahora sabemos científicamente de qué material se forjan los sueños, pero el americano está impregnado de esperanza, la palabra que todo buen hombre escribe en el último verso de su tiempo.