La iniciativa denominada «Campus de Excelencia Internacional» del Ministerio de Educación («CEI 2009 subprograma A») supone un salto cualitativo en el imparable proceso de diferenciación de las universidades españolas y, a mi juicio, debería venir acompañada de políticas complementarias por parte de estas últimas. En el presente artículo se valora dicha iniciativa y se señala una de las políticas complementarias que podrían poner en marcha las universidades que pretendan ser excelentes.

Campus de Excelencia. En la primera convocatoria del «Campus de Excelencia Internacional» ha habido un error que no debe hacernos olvidar que la iniciativa es excelente, ya que con ella se le está diciendo a la Universidad española que debe navegar por aguas internacionales, las únicas relevantes en estos tiempos de globalización. El error ha estado en la forma: en crear, dentro del «Campus de Excelencia Internacional» y tras una categoría sin apellidos, una categoría denominada «Campus de Excelencia Internacional de Ámbito Regional» que ha generado comentarios muy jocosos tipo «círculo-cuadrado». Este error formal no debe impedirnos apreciar que, con independencia de lo desafortunado que resulta dicho rótulo, el establecimiento de categorías dentro del «Campus de Excelencia Internacional» es un acierto rotundo.

Efectivamente, lo que da la impresión de haber sido una improvisación de última hora, es, a mi juicio, un gran acierto por, al menos, dos razones: primera, porque no todas las universidades de España tienen el mismo tamaño y, consecuentemente y aunque todas fueran igual de buenas, las mayores tienen siempre una mayor probabilidad de contar con grupos de investigación de primer nivel, sencillamente porque tienen casi el doble de profesores que las medianas. Así, la media de profesores (equivalente a tiempo completo) de las universidades del «Campus de Excelencia Internacional» sin apellidos es de 2.660, mientras que dicha media se sitúa en los 1.467 en los «Campus de Excelencia Internacional de Ámbito Regional» (datos tomados de «La Universidad Española en cifras 2008», pp. 341-342); segunda, porque, manteniéndose dentro de una elevada exigencia (en España hay 47 universidades públicas y han obtenido «Campus de Excelencia Internacional» nueve proyectos vinculados a once universidades, menos de la cuarta parte del total), la política buena es la de sumar y no la de restar: la de incluir a todos los grupos de investigación relevantes internacionalmente (que siempre serán muy pocos), separándolos del resto. Y es que, aquí y ahora, la política buena pasa, a mi juicio, por separar el poco trigo (aunque sea de diferentes calidades y así se haga constar) de la mucha paja universitaria española.

Universidades excelentes. Es importante resaltar el hecho de que una cosa son los «Campus de Excelencia Internacional» y otra, muy distinta, las universidades excelentes. Así, el muy ambiguo rótulo de «campus» ha servido para que mucha gente arrime el ascua a su sardina y, en un salto inevitablemente mortal de la parte al todo, haya decidido que toda su universidad es excelente. Pues bien, a este respecto la sociedad debe saber que los «Campus de Excelencia Internacional» no son ni universidades ni campus excelentes, sino algo mucho más acotado: proyectos basados en general en líneas de investigación amplias, en las que destacan universidades que pueden ser normales e incluso mediocres en otras líneas. Así es, así será y así debe ser, y es que nos encontramos aquí con lo que a mi juicio es otro gran acierto de la iniciativa «Campus de Excelencia Internacional», cual es que fomenta la mejora de las universidades partiendo de lo único de lo que se puede partir: de las partes (las líneas de investigación en un sentido amplio) y no del todo (las universidades).

Al final, terminará habiendo universidades excelentes, pero lo serán porque (además de otra cosas) tendrán un número mínimo de «Campus de Excelencia Internacional». En este caso, el ir de la parte al todo sí que es un gran acierto, pues es el único camino realista (piénsese, por ejemplo, en la actual Unión Europea, que, con todas sus limitaciones, ha sido posible gracias a que se empezó por una parte muy concreta: el carbón y el acero).

A mi juicio, las universidades excelentes serán las que tengan, al menos, un mínimo de «Campus de Excelencia Internacional» y, además, una buena docencia. No es este último un tema que interese mucho al país, y a los hechos me remito. Pero es inevitable, ya que la Universidad es investigación y docencia. Por ello, creo que las universidades que pretendan ser excelentes deben actuar en dos direcciones: la de los «Campus de Excelencia Internacional» (la vertical, profundizar en pocos campos) y la de la docencia (la horizontal, enseñar bien en la mayoría de las titulaciones). Si somos serios y no queremos acabar en cuatro días con esa loable iniciativa que late tras los «Campus de Excelencia Internacional», deberemos dosificarla adecuadamente, y ello significa que habrá pocos, con lo que quedarán excluidas de la excelencia algunas (pocas) universidades que pueden ser realmente excelentes, al combinar un mínimo de excelencia investigadora con un máximo de buena docencia. Dado que esta estrategia combina lo vertical con lo horizontal, podríamos denominarla la «Estrategia T» hacia las universidades excelentes.

Por lo demás, la mejora docente tiene que ver con muchas cosas. Entre ellas, algunas muy básicas como las que señalo a continuación. Como se verá, tienen muy poco de «modernas», pero es que uno es ya muy viejo y cree que, además de incorporar todo lo bueno de lo nuevo que viene de la mano de Bolonia, deberíamos «progresar adecuadamente» en lo «antiguo», esto es, en lo que es posible que en algunos casos esté pendiente desde hace mucho tiempo. Y, a mi juicio, lo «antiguo» pasa, entre otros mil senderos, por dos caminos básicos: por unos planes de estudio decentes y por unos planes docentes solventes. Abordo a continuación ambos aspectos.

Respecto a los planes de estudio, hay que señalar que es preciso adecentarlos. La razón es que, como consecuencia de las falta de reglas de juego que ha habido en general en la elaboración de los nuevos planes de estudio, se ha agravado un problema muy importante que ya existía, cual es que se van a ofrecer titulaciones y asignaturas que no deberían existir. Por ello, lo que lo primero que habría que hacer es poner orden y concierto en este tema.

Respecto a los planes docentes, es preciso señalar que es posible que en algunos casos sean «manifiestamente mejorables». Así, un plan docente mínimamente solvente pasa por cosas tales como, primero, que se den todas las horas de clase y que conste que se dan; segundo, que, por decirlo en términos de Popper, los programas sean «falsables», esto es, que se sepa realmente lo que contienen y que, consecuentemente, se señale de forma clara la bibliografía de cada tema; tercero, que se cumpla lo programado en términos del tiempo dedicado a cada tema y que, de nuevo, conste que se cumple; cuarto, que los programas sean «digeribles», esto es que la bibliografía de cada asignatura y de cada curso sea la que un estudiante que se tome su trabajo en serio pueda abarcar y que, de nuevo, esto conste; quinto, que, de forma aleatoria y periódicamente, haya evaluaciones externas que, sobre la base de los objetivos establecidos por cada Universidad, permitan comprobar si los estudiantes aprenden algo de lo mucho que les enseñamos los profesores.

En síntesis, a mi juicio, la política de mejora docente debería complementar a la de los «Campus de Excelencia Internacional» en el caso de las universidades que aspiren a ser excelentes. Esta política complementaria de mejora docente tiene la ventaja de que, a diferencia de la socorrida política infraestructural (que, de acuerdo con la afición nacional al ladrillo, puede que retorne ahora en forma de «más edificios, es la excelencia»), es barata en términos económicos (todas las mejoras que he señalado cuestan dos duros), pero tiene un gran inconveniente: es cara en términos políticos, ya que, por una parte, no genera edificios que inaugurar y, por otra, requiere rectores que rijan y consejos de gobierno que gobiernen. Consecuentemente, mi predicción es que España terminará contando con menos universidades excelentes de las que podría tener.