Seguimos dándole vueltas a esta cosa de la Cámara de Comercio del pueblo y aledaños como si fuera asunto tan espectacular como los fríos siberianos y ello sólo indica que tema tan habitualmente aburrido ha tomado un aire de excepcionalidad, poco propio a la naturaleza de tal tipo de entidad que, aunque de derecho público, es de naturaleza privada.

Últimamente, se han producido en el interior de tan técnica institución hechos disparatados, cuya causa está en la manera de llevar los asuntos su actual presidente, Arias de Velasco. Lo más llamativo que se ha visto son sucesivos déficits contables, que el interesado viene a explicar por la perentoria necesidad de modernización de la Cámara. Como lo único de nuevo ha sido una remoción salvaje del personal, tendremos que concluir que tal, y no otra, es la causa del desfase. Y habremos de estar con él en que acumular alrededor del centenar de sentencias en contra en los Juzgados de lo social, con la subsiguiente acumulación de indemnizaciones económicas, descabalga cualquier presupuesto. Lo que es más difícil de compartir, por discutible, es que para modernizar hubiera que demoler un equipo que había logrado, a golpe de innovación, levantar el sólido edificio cameral gijonés. Tan sólido que, de los alrededor de siete millones de euros del presupuesto anual de la institución, sólo uno se corresponde a las entradas provenientes de las obligatorias cuotas que, grandes o pequeñas, pagan todas las empresas de la comarca, correspondiendo los otros seis a la explotación del recinto ferial y los servicios que allí se dispensan. Es decir, sin la Feria y demás, el presupuesto de la Cámara sería una séptima parte del actual.

Hemos visto estos años cosas tan llamativas, unas de fondo y otras sólo sintomáticas, como acciones de protestas del personal con cuelga de pancartas reivindicativas, querellas ante los tribunales ganadas por un nutrido grupo de agencias de publicidad, patrocinio de actividades deportivas ecuestres o intentos de creación de innecesarias empresas de gestión -ya existe el Consorcio de la FIDMA- para, entre otras cosas, invadir el ámbito territorial de otras cámaras, sin convenio entre partes que valga. Tales hechos son simples excentricidades impropias de una cámara de comercio normal; es decir, estos últimos años han sido de excepcionalidad. Y así lo han reconocido empresas, instituciones públicas y otros agentes sociales y corporaciones que, tras análisis de la situación, han decidido, al parecer, volver a la necesaria estabilidad que precisa la Cámara gijonesa.

Ya hay candidato que concita en su persona estos básicos anhelos de normalidad y que, de partida, es empresario en activo y votado por los de su propio sector, sin precisar de la triquiñuela del bondadoso amparo de alguna conmiserativa empresa, como fue el caso del actual presidente del barullo que pretende repetir, aunque complicado lo tenga. Alguien en quien de verdad confíe tendría que decirle a tan singular personaje que una retirada a tiempo es una victoria, al menos para evitarse mayor ridículo y desprestigio de los ya cosechados.