Lleno, cargado, empapado por el buen humor, inicio el nuevo año 2010, porque así debo arrancar intentando, ya no digo olvidar porque es difícil, pero sí aparcar en el cerebelo lo que, sin llegar a ser malo del todo, no fue tan bueno en este 2009 y que, por fin, pude defenestrarlo gracias al buen Dios.

Quisiera contagiarme con y por los políticos, esa sabiduría que anda suelta por el mundo, cuyos sermones, echados más arriba de los ya desusados púlpitos, parecen ser copiados de textos evangélicos, mostrándonos claros dogmas de fe. Y así tiene que ser y así debe de funcionar si no quiero amurriarme y perecer en el ostracismo. O con ellos o?, «al agua patos».

Tenemos seis optimistas meses por delante, pegados más que nunca a la CEE -léase, claramente, Comunidad Económica Europea-. No sé si seremos los españoles, con nuestro presidente gobernando a la par, capaces de ir copiando y modificando aquello que otros países de la misma comunidad, si bien van corrigiendo con más o menos lentitud, podamos colgarnos en el tope del tranvía aunque circule más despacio. Cual niños traviesos enganchados en el parachoques, desastrosamente vestidos y con el fin de no pagar billete alguno por el viaje, así veo cómo acabó este repetido 2009 y no creo estar dispuesto a seguir siendo tan derrotado.

No quiero ver aún la terrible amenaza del deshielo, de una climatología adversa, de un temporal gélido que nos está castigando durante varios días seguidos. Por consiguiente, no quiero ver el estado de las carreteras y menos aún el de nuestras aceras para el tránsito de los peatones. Quisiera un comienzo de año con gasto, sin que sea desmesurado precisamente, pero que anime el comercio con las tempranas rebajas. Más aún, me gustarían las ausencias en esas largas colas del Inem, el que al menos se acabara la construcción de las viviendas comenzadas y, sobre todo, que dejase de ser un sufrimiento para aquellos que tienen embargados los pisos y no lleguen a la ejecución de la sentencia. Quisiera, me gustarían tantas cosas que? Pero entiendo que algunas son irremediables. Pero miro de frente y, como dije desde el principio, no puedo empezar a poner pegas o peros cuando nos acercamos ya a finales de enero: falta mucho para acabar lo no empezado. Tanto que, aun la gente que siente alegría en el comienzo de año, sigue cruzándose con sus semejantes y les dice: ¡Feliz año!

Y yo, en mi interior y luchando con convicción, grito la locución latina que tanto nos mueve, que tanto debe de darnos fuerzas: «¡Sursum corda!». ¡Arriba los corazones!