España encara la Presidencia de la Unión Europea en tiempos difíciles y de cierto descrédito. La gravedad y profundidad de la crisis económica, aunada a unos gobernantes pésimos, ha erosionado la imagen exterior de nuestro país. Sin embargo, esta etapa debería ser recordada en el futuro como un período clave en las relaciones de España y el resto de Europa con sus socios mediterráneos.

Es la cuarta vez que asumimos la Presidencia de turno del Consejo de la Unión Europea. A la vista de los resultados de las anteriores presidencias (1989, 1995 y 2002), de la participación a lo largo de más de dos décadas en la maquinaria europea y de su fuerte vocación europeísta, España cuenta con una sólida experiencia, recursos suficientes y probada capacidad política y diplomática para afrontar este reto con todas las garantías.

¿Y qué puede hacer España ante unos tiempos marcados por el conflicto, la violencia y la incertidumbre económica y la pobreza? La sensación de inseguridad se extiende incluso a las sociedades más opulentas, lo que lleva a las naciones a mirar hacia adentro y a dar la espalda a los más pobres. A pesar de los avances, aún queda mucho por hacer y nos enfrentamos a retos tan exigentes como la globalización, la contaminación ambiental, la pobreza y el hambre.

En el caso mediterráneo, España, hasta ahora, ha hecho todo lo que tenía que hacer: si el proceso de Barcelona se ha agotado, no es por la gestión que se ha realizado de él, sino porque los gobiernos de la ribera sur han desaprovechado deliberadamente los inmensos incentivos y oportunidades ofrecidos por Europa.

La particularidad del mundo mediterráneo y de Oriente Medio y Próximo es, en primer lugar, la relativa fragilidad de un conjunto de países sometidos a fuertes tensiones internas y externas, con regímenes cuya legitimidad en algunos casos está lejos de consolidarse.

Esos países están en nuestra vecindad inmediata, lo que comporta oportunidades y riesgos. Entre otras cosas, es necesario insistir en contribuir a la resolución de los conflictos de la región, sobre todo, el ancestral enfrentamiento árabe-israelí, influido por el desafío nuclear de Irán.

España en los próximos seis meses puede conseguir el doble objetivo de impulsar la acción exterior de la Unión Europea en el Mediterráneo, tomando el relevo del protagonismo francés, y dotar así a su Presidencia de un reconocimiento cualitativo sobre un tema concreto y de interés comunitario.

La Presidencia española de la Unión Europea ofrece una oportunidad única para dibujar no sólo qué modelo de Unión quiere España, sino, sobre todo, qué papel quiere representar en su seno y cómo piensa desarrollarlo en los años venideros. Pero es muy importante tener al frente a un representante (el Presidente, en este caso), que sea serio en sus ideas y que transmita confianza al resto de Europa. El señor Rodríguez Zapatero debe cambiar en sus ideas y en sus formas. En estos días está siendo el hazmerreír de la prensa económica europea y norteamericana: la última han sido las duras críticas que ha emitido «The Wall Street Journal».

Vale ya de hacer de Mesías y de creerse el superhombre que resuelve, él y sólo él, todos los problemas de este mundo. Que alguien coherente le haga ver de una vez por todas que se está equivocando de extremo a extremo con su política y que está arrastrando a España a un caos del que nos costará muchas décadas recuperarnos. El presidente Rodríguez no puede extrapolar a Europa su comportamiento en España. ¡Que alguien le abra los ojos!