Érase una vez una mujer que le decía a otra: «Chica, no sabes cuánto te aprecio. Tanto, tanto que si en alguna ocasión tuvieses un problema, desearía fervientemente que encontraras a alguien que te ayudara a solucionarlo». Esta anécdota, que se cuenta como leyenda urbana, ilustra a la perfección el diálogo para besugos -más bien monólogo- que la Administración regional mantiene con el occidente asturiano? ¡Y hasta me parece demasiado generoso! Ni siquiera confío en que haya un mínimo interés en que estas comarcas puedan afrontar su futuro con alguna posibilidad de éxito, sino más bien en dejar que se desangren poco a poco para poder entrar a saco y sin oposición alguna (al menos humana).

Este fin de semana se desarrollaron varios saraos festivos, comerciales y gastronómicos que, con mayor o menor fortuna y esfuerzo, atraen visitantes a estas tierras. Se encontraron los sufridos conductores con el pésimo estado de la carretera y colas kilométricas causadas por el cierre de un carril en la nacional 634 que amenaza con derrumbarse en cualquier momento. Ganas no quedarán de volver. Los pacientes habitantes de estos lares llevamos varios meses bregando con esta gracieta vial sin solución, toda vez que no se ven por ningún lado afanosos operarios, de esos que ahora tienen que hacer no sé cuántos turnos para abrir tramos con vistas a las próximas elecciones. Y por eso el barro y las piedras en la calzada, las retenciones, el asfalto deteriorado, los cortes de agua, los ríos llenos de lodo, etcétera, forman parte de nuestra cotidianidad. Y punto pelota.

Curiosamente, hace poco más de un mes, pocas horas antes de que el señor Areces transitase por este trayecto camino de alguna de esas chiripitifláuticas inauguraciones, tan emotivas y que tanto gustan y enorgullecen a nuestros prohombres, mis gallinas, a las que conducía al aeropuerto para sus vacaciones pascuales -bendita tranquilidad-, me hicieron notar con cierto cabreo la impoluta limpieza del asfalto y la misteriosa aparición, de la noche a la mañana, de las líneas recientemente pintadas, volatilizadas hacía mucho tiempo por el uso automovilístico y que no habían preocupado en absoluto a la empresa constructora hasta ese inolvidable día, llegando su estupor al paroxismo cuando el refulgente brillo de una señalización, normalmente invisible por la capa de porquería que la cubre, deslumbraba hasta el grado de hacer inútiles sus nuevas gafas de sol ¡Me dieron un viajecito!?

Y aunque esto parezca una babayada gallinácea más, confirma, por si acaso se nos había despistado, que políticos y demás canalla viven rodeados de una cohorte de pelotilleros infames que barren debajo de la alfombra la mierdecilla que sus jefes nunca deberán ver ni pisar, y sin que la ciudadanía sepa muy bien en qué momento sus derechos quedaron varios puntos por debajo de los de estos desvergonzados.

Para mentir y engañar con elegancia se necesita el pedigrí que nunca dará el barniz caciquil. Y es que hay muchas clases de cinismo.