Siempre le hemos escuchado similares discursos, pero lo que en su boca sonaba antes como oratoria autobiográfica y autoexaltativa suena ahora a oratoria crepuscular. En todo acto, y de modo particular durante sus comparecencias en Gijón, el presidente Vicente Álvarez Areces ha recapitulado su existencia política desde 1987 hasta el presente como una titánica tarea al servicio del procomún. No necesita que nadie le escriba la biografía; él ya la ha dictado muchas veces, y la última ha sido durante la apertura de una exposición en la antigua rula con las aportaciones de la Autoridad Portuaria a la ciudad en los últimos 25 años.

«De los 25 años que recoge esta muestra, 23 forman parte de mi historia política, de mi trabajo, mi entrega y de la de mucha otra gente», fueron sus palabras, en las que la presencia del «mi» no necesita más comentario.

Y repitió de nuevo que se había encontrado con una ruina de ciudad en 1987, lo cual es una descripción algo hiperbólica que además incurre en el grave olvido de que su predecesor, José Manuel Palacio, había puesto las bases de lo que después sería Gijón. Por ejemplo, sin el Plan General de Ordenación Urbana de 1986, Areces habría estado atado de pies y manos.

Respecto a las cosas del pasado reciente, su retórica también suena desbordante: «Los que queríamos un nuevo Musel hemos ganado la batalla».

Victoria pírrica, no obstante, pues no es necesario abundar en el desgaste que le ha supuesto su sobrecoste o, especialmente, el rechazo del ministro Blanco a asignar más fondos del Estado a su conclusión. Un desgaste que se acumula al producido por otros deslizamientos presupuestarios cuantiosos (Hospital Central), o a la política de personal y funcionarios derribada varias veces por los tribunales, o a realizaciones que iban a ser «un referente» y que la gente sencillamente no entiende (la parte cultural de la Ciudad de la Cultura, valga la redundancia). Bien que nos duele, la verdad, pero ahora todo suena crepuscular. ¿Resurgirá de sus cenizas?