Todos, por la comarca del Bajo Nalón y Narcea, recordamos aún los residuos de carbonilla que quedaban en nuestros trajes de domingo cuando viajábamos, avanzado ya el pasado siglo, a Oviedo en aquellos trenes del Vasco que se movían con el vapor de las calderas de carbón. Si las ventanillas estaban bajadas cuando se salía de un túnel, el estropicio en la ropa ya estaba hecho. Eran los tiempos en los que resultaba obligado, para ir a la capital, utilizar el tren. Después, quien más y quien menos tuvo un coche y aunque había quien optaba por aparcar en La Gruta, por aquello de evitar la vorágine circulatoria de la capital, el tren perdió cierto interés.

Pero los tiempos avanzan que es una barbaridad y como ahora resulta una odisea aparcar el coche en cualquier villa o ciudad -y sobre todo en Oviedo y Gijón-, otra vez se impone la comodidad del tren para el trasiego ciudadano de la periferia hacia el centro de Asturias. Pero el viajero de ahora ya no encuentra un solo revisor a quien preguntar algo, no hay jefes de estación, los trenes van conducidos por un empleado que llega un minuto antes con un maletín en la mano y después de hablar por línea interna con la central da un pitido de aviso y arranca el convoy.

Escabullirse del revisor, como antes, para que el billete no fuese perforado y sirviese para otra ocasión, ya no tiene razón de ser. En las estaciones tienes que entrar por un torno que funciona, si es que no está atascado, una vez que introduces el billete, conseguido en la máquina expendedora que hasta te habla, en la ranura correspondiente. Y si no funciona, entonces no puedes llamar a nadie porque las estaciones, al menos las de Feve, están desiertas de empleados. Los trenes son anunciados -llegada y arranque- por una voz grabada. El que suscribe acaba de llegar a la estación de El Berrón, procedente de Oviedo, y su tren -es un decir, claro, porque el tren no es mío, es de un Ministerio- fue anunciado en la estación ovetense con este aviso: «Tren de cercanías con destino a Infiesto, va a efectuar su salida». Pues bien, el tren no había llegado de su viaje anterior. Y en la vía no había ningún convoy. No hace falta decir que ni el lucero del alba andaba por allí para preguntarle cuándo íbamos a salir de verdad.

Pero lo que más sorprende en estos momentos en que algunos políticos nacionales y regionales dicen que hay que ahorrar en sueldos de funcionarios, en pensiones, en presupuestos de los ayuntamientos, en el cheque bebé, en coches -menos en los de ellos- y otras muchas cosas, resulta que ya algún Ministerio lleva a rajatabla lo del ahorro, incluso antes de que se adoptasen las últimas decisiones gubernamentales. Y digo esto porque en la estación de Feve de Oviedo, desde hace ya algún tiempo, el personal ha instalado un caldero en la salida de los viajeros hacia la calle y éstos respetan religiosamente el artilugio, circulando por ambos lados del mismo, ya que de lo contrario recibirían en plena coronilla una viscosa gotera que según me cuentan estaba ahí antes de que hubiese brotes verdes e incluso con mucha anterioridad al reconocimiento de la desaceleración de la aceleración, esto es, a la crisis pura y dura. Incluso con anterioridad a esa millonada que se les facilitó a los bancos para que éstos diesen créditos que tampoco facilitan ahora.

Resulta de todo punto encomiable y ejemplar la actitud del Ministerio de los trenes de que en vez de acometer una reparación de la famosa gotera de la estación de la capital se haya arriesgado al desfase presupuestario que supone la compra de un caldero para recoger el agua del color del cemento que amenaza la indumentaria y el calzado de los usuarios. Claro que puede ocurrir, porque no he podido investigarlo, que el caldero verde de la estación de Oviedo haya sido colocado ahí por una empleada de la limpieza que a lo peor es de una empresa privada. Hay quien me asegura que el caldero de marras lleva ahí colocado desde que empezó el último invierno. Lo sorprendente es que nadie se lo apropie para llevarlo como recuerdo de un viaje en tren. Claro que por otra parte pienso que tiene que ser muy incómodo ir con un caldero en el asiento hasta San Esteban de Pravia o hasta Luarca.

Parece que para hacer más rentable el tren fue imprescindible eliminar puestos de trabajo tan emblemáticos en la vida ferroviaria como el jefe de estación, el revisor, el expendedor de billetes y demás personal que lo tenías a tu disposición cuando llegabas un poco despistado por ejemplo a la estación de Pravia y no tenías ni idea de si el próximo tren era de bajada hacia Tablizo de Cudillero o de subida hacia Gijón en el «Cha-ca-cha» o en dirección a San Román de Candamo en la línea de aquel Vasco de nuestros recuerdos carboníferos. En las estaciones del tren ya ocurre como en los pueblos, que no hay con quien hablar. Y es que en aquel tren que se movía con gasóleo entre Avilés y Pravia incluso podías pasar el viaje observando cómo los trabajadores de Ensidesa que salían del último turno regresaban a sus pueblos jugando la partida al tute con las cartas que ponían encima de una chaqueta aprovechando que los asientos iban enfrentados digamos que dos a dos. Aquellos si que eran trenes animados y no los de ahora, que tienes que escuchar una voz femenina que te dice que tu tren va a «iniciar su salida» cuando ni siquiera está en la estación.

Pero todo eso es fácilmente soportable. Hay que adaptarse a los tiempos. Lo que no es de recibo es lo del caldero. Si eso ocurriese en el apeadero de Albuerne de Cudillero, pongo por caso, no tendría mayor importancia porque allí el personal usuario es mínimo. Pero que ocurra en la estación terminal de todas las líneas de vía estrecha de esta comunidad autónoma llamada Asturias es algo que el gobiernín del Principado tendría que someterlo a votación de sus parlamentarios para enviarle al ministro de la cosa una petición formal de que se tenga en cuenta en los presupuestos del año que viene una partida económica para calderos. Sería un drama que llegásemos a Oviedo y no estuviese el caldero verde para señalarnos justamente dónde cae esa gotera. Y eso no se puede consentir.