Los españoles han disfrutado del honor de que Obama en persona les bajara el sueldo porque, desde que Estados Unidos encontró el número de teléfono de Europa, no hay manera de despegarlo del aparato. A continuación, los habitantes del miembro más destacado del Club Med -ya no da buen tono hablar de PIGS- redondean un mayo pletórico de emociones, situándose en el foco planetario. En España no se juega hoy únicamente el futuro de España, sino el porvenir de Europa. La imposibilidad de reflotar una economía de ese tamaño unida a la certeza del colapso de la moneda única si se sustancian los peores presagios sobre la situación española han otorgado al país una inesperada posición cenital.

Las razones del repentino protagonismo español no coinciden probablemente con las metas que se había propuesto Zapatero para el semestre de presidencia de la Unión, que hoy hubiera preferido más anodina. Después de albergar la final de la Champions, en ese mismo terreno se dirime el final del euro. Hace unos meses se singularizaba al medio internacional que mencionaba a España. Un solo artículo en el «Financial Times» podía alimentar sesudas tesis doctorales. En la actualidad cuesta encontrar una cabecera internacional que no hable a diario del enfermo latino, y siempre para calcular cuánta vida le queda. Madrid es más sexy que Atenas, a la hora de localizar escenarios para una catástrofe.

España puede hundirse por un exceso de responsabilidad, y Europa ha decidido que compartirá su destino, en un gesto muy español. Los analistas de Wall Street para las televisiones norteamericanas atribuían dos puntos de bajada en el Dow Jones a la intervención en Madrid de un misterioso «banco regional». Si Cajasur puede propiciar que se tambalee el casino bursátil, queda avalado el poderío universal de las creencias religiosas que inspiraban su ruinosa gestión. También la fusión de cuatro cajas de ahorro españolas desestabilizó el planeta, con tanta fuerza como la multiplicación de entidades de crédito cancelaba antes cualquier hipótesis de salvación.

El líder de un proyecto ocupa una posición subsidiaria respecto de quien tiene la capacidad de dinamitarlo. España -el país que concita una mayor densidad de adhesiones a la UE entre sus ciudadanos- se ha convertido en el paradigma europeo, por encarnar los valores negativos que acentúan el riesgo de disolución de un mercado que asume una cuarta parte de la economía mundial. Sarkozy amagó con abandonar el sindicato continental, durante las encendidas discusiones sobre el fondo de rescate a países díscolos con telón de fondo español. Angela Merkel amenazó también con no comprometerse. Si solidifican las disensiones, el festival de Eurovisión será todo lo que quede de Europa.

El auténtico milagro español consiste en el vertiginoso salto de milagro a maldición. España y sus numerosas mitades se reflejan con acentuada exactitud en el denominado Índice de Miseria de la agencia de calificación Moody's. La magnitud suma las cifras de paro y déficit. Confortablemente instalada en la cima de la escala, la economía española no posee rivales de calado en esta síntesis del desastre económico. Las restantes acusaciones son tenues por comparación con otros países pero, aceptando hasta la más minúscula de ellas, ¿cómo se explica que la inversión ignorara el peligro? La crisis estalló porque los depredadores mostraron una ausencia absoluta de discriminación.

Conforme prospere la liquidación del Estado de bienestar, el lenguaje ganará en acritud. En algún momento se definirá la situación española como una monumental estafa inmobiliaria, aunque la versión tolerada se ciña a una corrección del mercado de la vivienda. En estos momentos el precio medio de una casa en Estados Unidos oscila alrededor de los 110.000 euros, adjuntando la caída del euro frente al dólar y a pesar de que los salarios norteamericanos superan notablemente a los españoles. Si se acepta la homogeneidad de los mercados, el Banco de España deberá explicar cómo van a ajustarse los activos bancarios, una vez que la institución ha confirmado que el sector que regula tiene medio billón de euros comprometidos con el ladrillo, en buena parte irrecuperables. A quién puede extrañarle que Europa tiemble, en cuanto oye hablar de España.