Estamos dando otra vuelta a Asturias para ver y relatar lo que hacen nuestros paisanos en el momento que nos toca vivir. Analizar lo inmediato, el territorio, escuchar su latido, es un buen cimiento para romper el aislamiento y para enriquecernos mutuamente. Con ese espíritu abordó este periódico en 2006 la serie «Asturias Siglo XXI», que pintó un gran fresco municipio a municipio, y la prolongó este año con «Asturias, viejas y nuevas polas», otro viaje por la región esta vez villa a villa, asimilando villa o pola, en sentido amplio, a los asentamientos principales de población en cada comarca. Si el concejo es la célula, valga el símil biológico, la villa constituye el núcleo. El recorrido actual todavía en marcha complementa aquel iniciático.

La nueva serie concluye su pasada casi al microscopio por el solar oriental y salta hoy al otro extremo, al bajo Nalón y al Occidente. Es, pues, buen momento para recapitular y extraer conclusiones, con el único afán de promover un debate fértil que ayude a construir una Asturias mejor.

La piel de esta región es arrugada y en los pliegues que convergen se levanta, casi de manera natural, una villa como cabecera. Estamos ante un modelo que triunfa. Mientras el conjunto del Principado está hecho un secarral demográfico, las principales villas del Oriente y de la Comarca de la Sidra son capaces de fijar población o de ganarla. Espectacular es el caso de Villaviciosa, que atrajo mil nuevos vecinos. Pero Llanes y Cangas de Onís, con seiscientos, Ribadesella, Arriondas y Nava van en su estela.

Detrás de este éxito hay denominadores comunes. Son enclaves muy bien comunicados y con excelentes servicios. No todo finaliza en las grandes autovías. Los ejes secundarios que vertebran territorio o las circunvalaciones, pasaporte a la tranquilidad y a la calidad de vida, son igual de importantes. Ante estas evidencias choca la desorientación con que las administraciones públicas tratan a estas polas, minusvalorándolas, postergando sus enlaces básicos o ejerciendo una caótica política de dotaciones que tienden a obviar que funcionalmente son un conjunto incluso, en alguno casos, con un elevado grado de sofisticación urbana. Eso resta efectividad a las inversiones.

Otra característica que salta a primera vista es la especialización. Sufren económicamente menos los núcleos volcados en una actividad concreta, que saben descubrir lo mejor que su territorio puede darles -eso es desarrollo- y que lo hacen de una forma limitada, que pervive en el tiempo -eso es sostenible-. La vocación del ala oriental es turística; la de la Comarca de la Sidra, más enfocada a la industria agroalimentaria.

En población y superficie, el Oriente no representa ni de lejos la mitad de la región. Sin embargo, tiene el 50% de los establecimientos turísticos asturianos. Hay situaciones paradigmáticas que hablan por sí solas. Toda la población de Benia cabe en un hotel de cuatro estrellas inaugurado allí hace poco. Sames, con 68 vecinos, tiene seis empresas de alojamiento rural y Tazones, que no llega a 250, dieciséis restaurantes.

Si ya es un mérito ser emprendedor en Asturias, hacerlo en la zona rural tiene valor doble. La manzana y la sidra en Nava y Villaviciosa, el queso en Arenas y Carreña, la miel en Alles y el arroz con leche en Santa Eulalia de Cabranes sostienen pequeñas pero estimulantes iniciativas empresariales dignas de imitar. Lo lamentable es que la política agraria común haya laminado la base: el modelo tradicional de explotación agraria asturiana, la casería. La UE, sólo preocupada por garantizar las subvenciones a los grandes terratenientes, se olvidó de resucitar el campo. En el colmo del derroche y del sinsentido, hasta paga a los campesinos por mantenerse sin producir.

Asturias ya ha acuñado una marca porque aquí se trabaja con calidad y seriedad. Eso no impide constatar un déficit en la promoción de nuevos tesoros de valor universal que podrían convertirse en grandes acicates. Ahí están los hallazgos de la cueva de Sidrón, que para sí quisieran en Atapuerca, o los de La Covaciella, por no hablar de monumentos naturales como la ría villaviciosina o los bosques de Ponga.

La buena vida de las villas es directamente proporcional a la desertización de las aldeas circundantes. Es la primera gran alerta que puede extraerse de los pasos iniciales de «Viejas y nuevas polas». Urge encontrar un nuevo modelo que equilibre la Asturias primaria, la rural y la pesquera. Que dé valor, y no sólo ayudas, a la producción ganadera, agraria y marítima. En Ribadesella ya hay más embarcaciones deportivas que de pesca. Pero ni siquiera esa primera vía se explota adecuadamente en muchos puertos, todo son trabas y normas absurdas en los pantalanes, desaprovechando un filón.

Quedan en el ala este astur los rescoldos de un sistema de iniciativas locales de gran tradición. Al final, el éxito está en redescubrir las pequeñas cosas que ya figuraban ahí, como las piraguas en Arriondas, pero que hay que saber mirar de otra manera para lograr avivarlas. En la comarca oriental y en la de la Sidra muchos lo han conseguido. Del cuidadoso análisis de su experiencia debe salir el hilo del que tirar para engancharse al dinamismo. En la Asturias de mañana no habrá sitio para las villas durmientes.