Hay cosas peores y también mejores que se pueden decir de la ministra Leire Pajín que las pronunciadas por el alcalde de Valladolid. En cualquier caso, lo que nadie espera en política, o en otro orden de la vida, es que le reciban públicamente con una declaración de amor tan soez como la de los morritos. La política se ha perdido el respeto a sí misma y los culpables de que así sea son los que se dedican a ella y ocupan cargos públicos de relevancia, como ha ocurrido esta vez con el regidor de una de las ciudades más pobladas de este país.

Este alcalde inspirado o enamorado de la ministra hasta el punto de convertir su sueño erótico de adolescente en una descalificación improcedente del prójimo no es que tenga que dimitir a causa de su estúpido exceso verbal. Ni siquiera eso. Probablemente no tendría que haber sido nunca alcalde, teniendo en cuenta, además, que no es la primera vez que se comporta como un bocazas. De ello, hay ejemplos en las hemerotecas.

También es cierto que no se trata del único alcalde bocazas. En este país lo que sobran son políticos dispuestos a largar más de la cuenta; lo hacen repetidamente a diestro y siniestro sobre cosas de las que los españoles no pedimos explicación. En cambio, lo que se echa de menos son políticos comprometidos con el pueblo que les vota y con la inteligencia.

El alcalde de Valladolid probablemente no tenían ninguna necesidad de pronunciarse sobre la flamante ministra de Sanidad. Lo más inteligente, en el caso de tener que decir algo al respecto, hubiera sido mostrar estupor por el nombramiento ¿Leire Pajín, ministra? Sin embargo, por hacer una gracia tabernaria o vaya a saber por qué, expresó de manera burda que lo que le gusta de ella o le pone son sus morritos. Menuda grosería y menuda oportunidad para estarse callado.

Javier León de la Riva, cargo electo del Partido Popular, es un cantamañanas. Y no es lo peor de todo, ya que lamentablemente, además de no ser el primero, tampoco será el último en írsele la fuerza por la boca.