«El socialfelipismo nace cuando Felipe González decide infiltrarse en el mundo del dinero». (Francisco Umbral. El Socialfelipismo)

«Aznarín. Un señor que vive en diminutivo, manda en diminutivo, existe en diminutivo y habla en diminutivo. En cambio se ríe en aumentativo». (Francisco Umbral. La Derechona)

Didáctica de las pensiones. Justo en el momento en que el Gobierno considera inevitable alargar la edad de jubilación trasciende la noticia de que Aznar acaba de ser contratado por Endesa con unos emolumentos que alcanzan los 200.000 euros anuales. Felipe González, por su parte, cobra 126.500 euros anuales de la empresa Gas Natural Fenosa. Y, hasta donde se sabe, ninguno de los dos manifestó voluntad de renunciar a los 80.000 euros que perciben anualmente del Estado en su condición de ex presidentes del Gobierno de España.

Aznar se mostró el otro día apocalíptico por la situación que vive España, así como por los despilfarros de las administraciones autonómicas, pero en ningún momento se manifestó dispuesto a renunciar a los dineros que recibe del Estado, a pesar del millonario contrato que acaba de firmar. González no sólo favoreció como presidente del Gobierno la mal llamada «cultura del pelotazo», así como el enriquecimiento rápido, sino que además no renuncia ahora a la asignación que cobra del Estado.

Se podrá argüir que las cantidades que perciben los ex presidentes no suponen apenas nada dentro de las mareantes cifras que alcanzan los Presupuestos del Estado. A semejante perogrullada se puede objetar que representa una provocación en toda regla que en un país con más de 4 millones de desempleados existan estos privilegios para unas personas que obtienen por sus actividades ingresos millonarios. Parece irrebatible considerar que esas asignaciones a los ex presidentes de Gobierno sólo tienen sentido en la medida en que no cuenten con otros ingresos. En caso contrario, máxime en un momento de crisis como éste, algo así no es en modo alguno admisible.

Según los datos que se publican, Felipe González puede cobrar por una conferencia 40.000 euros y Aznar, 30.000. A nadie se le escapa que ninguno de los dos es Churchill y que si su cotización es tan astronómica ello se debe a su pasado político, es decir, a que la sociedad española les dio su confianza para presidir el Gobierno de este país.

Seguro que muchos lectores recuerdan aquella especie de «clase» de Aznar en Estados Unidos que salió emitida por varias televisiones donde hablaba de la batalla de Covadonga y de la lucha contra los moros en España. Cuando escuché aquello en un inglés peor que macarrónico pensé que, de haberlo presenciado Américo Castro y Sánchez Albornoz, ambos historiadores olvidarían sus tremendos desacuerdos y decidirían esperarlo juntos a la salida para increparlo duramente. Pues bien, si es eso lo que le pagan a don José María por sus peroratas, las razones no pueden provenir del rigor intelectual y erudición de este buen señor que, siendo presidente del Gobierno, confundió a Godoy de siglo.

En cuanto a Felipe González, más allá de sus afinidades con el tan democrático reino de Marruecos, y dejando aparte -digámoslo metafóricamente- su obsesión por no haberse comido a los caníbales, acaso no llegue como conferenciante a espectáculos tan esperpénticos como los de Aznar, pero, por grande que sea la generosidad que se quiera tener con él, no pasará a la Historia como uno de los grandes oradores del siglo XX. Y, en su caso, añade a sus muchas contradicciones por la ideología que dice profesar, esta actitud insolidaria con toda la sociedad, en especial con todas aquellas personas que padecen con mayor virulencia las consecuencias de la crisis.

Si ahora estamos atravesando una época de vacas flacas, ello obedece, entre otras razones, a la llamada burbuja inmobiliaria que no sólo alentó Zapatero, sino también González y Aznar. A ningún dirigente político se le hace responsable de los errores cometidos cuyas consecuencias las pagan siempre los mismos.

Hora va siendo ya de que la ciudadanía, más allá de considerar a los políticos entre los grandes problemas que tiene a día de hoy este país, abandone su pasividad, su entreguismo y su inacción, porque si la mal llamada clase política, empezando por los dos ex presidentes del Gobierno, se comporta de esta guisa, ello sólo es posible porque el listón de la exigencia ciudadana está cada vez más bajo. No es posible que exista una mal clase política tan mediocre e insolidaria frente a una sociedad que prime y alcance la excelencia. Ortega lo dejó muy claro en su libro «España invertebrada»: «Diríase que nuestra aristocracia, nuestra Universidad, nuestra industria, nuestro ejército, son gremios maravillosamente bien dotados y que encuentran siempre anuladas sus virtudes y talentos por la intervención fatal de los políticos. Si esto fuera verdad, ¿cómo se explicaría que España, pueblo de tan perfectos electores, se obstine en no sustituir a esos perfectos elegidos?».

Didáctica de las pensiones: un país en el que los políticos actúan como casta privilegiada amparados por la pasividad de una ciudadanía narcotizada.