El nacimiento de la geología como ciencia fue convulso, hasta construir su cuerpo doctrinal tuvo que superar muchos prejuicios filosóficos y romper con moldes apriorísticos. Una de las épocas clave de su evolución fue en la Ilustración, verdadera efervescencia cultural en la que todo era examinado con lupa y discutido, favoreciendo la aparición de escuelas con ideas más o menos antagónicas. La corriente revisionista se expande por todos los campos sociales, sean éstos religiosos, metafísicos o científicos, de modo que la observación, experimentación y descripción de los hechos -el característico empirismo del Siglo de las Luces- oscureció las corrientes racionalistas. En el ámbito de las Ciencias Naturales florecen las ideas expresadas por Linneo o Buffon, sin olvidar, obviamente, a Cuvier, pionero de la paleontología.

Durante el agitado tiempo del último cuarto del siglo XVIII, la geología se movía en torno a dos doctrinas enfrentadas, conocidas como «la controversia neptunismo-plutonismo». Supuso un gran debate hasta bien entrado el siglo XIX, en el que competían dos primeros espadas de la incipiente rama científica: el alemán Werner y el escocés Hutton, aunque hay que proclamar con vehemencia que la ciencia no se construye de manera individual, sino comunitariamente. Constituyó una etapa muy fecunda para el desarrollo de este campo del saber, pues hasta entonces casi se desconocían los procesos que condicionaban la dinámica terrestre, y lo poco que se sabía no estaba bien estructurado. El panorama comienza a cambiar hasta cristalizar, en 1830-33, con la publicación de «Principles of geology», obra del escocés sir Charles Lyell -considerado como el padre de la geología-, donde ya se exponen principios fundamentados y universalmente aceptados.

Abraham Gottlob Werner (1750-1817) -el primer contrincante- fue un naturalista precoz, pues con 24 años ya había publicado un tratado sobre mineralogía descriptiva y al siguiente era nombrado profesor de la Academia de Minas de Friburgo. En aquella fase temprana se dedicó a observar los rasgos geológicos de Sajonia y creó la geognosia (conocimiento de la Tierra), rama basada en determinar el orden, posición y relación de las capas que forman la Tierra; sus hipótesis las plasmó en el libro «Clasificación y descripción de los terrenos» (1791). En base a la observación de la superposición de estratos distinguió diferentes tipos de terrenos: 1) Primitivo. Constituido por las rocas ígneas; según él, las primeras que precipitaron en un primitivo océano; 2) Transición. Rocas del tipo calizas, diques, filones capa y areniscas; 3) Secundario. Comprende el resto de las rocas, entre ellas, las fosilíferas; 4) Aluviales o terciarios. Materiales poco consolidados (arenas, gravas y arcillas); 5) Volcánicos. Flujos de lava recientes asociados a conductos volcánicos, que explicaba como productos de la combustión subterránea de capas de carbón.

Sus postulados, conocidos como «neptunismo» (de Neptuno, dios del mar en la mitología romana), se asientan en la existencia de un océano que abarcaba la totalidad del globo y que se fue acortando hasta alcanzar su situación actual. En él se depositaban las rocas y minerales que originariamente estaban disueltos en el agua. Las montañas se formaron a continuación y desde entonces fueron desgastadas por los agentes externos. Dentro de este contexto genético incluía tanto las rocas sedimentarias como, equívocamente, las de tipo cristalino (granitos o basaltos), ignorando por completo la actividad interna de la Tierra; precisamente el origen del basalto, que él consideraba un precipitado químico en agua, suscitó un acalorado debate.

El segundo autor, James Hutton (1726-1797) -uno de los próceres de la geología moderna-, presentó en 1785 en las Transactions of the Royal Society de Edimburgo un extenso trabajo bajo el título «Theory of the Earth», publicado tres años después. Sus principios se pueden resumir así: 1) El calor interno consolida los sedimentos; 2) Los agentes geológicos actúan de manera uniforme y cíclica; 3) La edad de la Tierra es indefinida, rozando con la eternidad. Estas aseveraciones resultaron tremendamente polémicas, al negar la validez de los textos bíblicos respecto al Diluvio Universal, llegando a ser acusados de ateísmo sus seguidores.

Aunque su disertación es extensa, se centra preferentemente en la génesis de las rocas sedimentarias, en cuyo origen no sólo intervendría la precipitación acuosa, sino también la presión y la temperatura. En su opinión, la mayor parte de la Tierra es el resultado de acciones físicas, entre las que incluye el depósito de materiales incoherentes y su posterior litificación. Pensaba que en la consolidación de los sedimentos -y esto constituía una gran novedad- tiene mucha influencia la presión litostática o, lo que es lo mismo, el peso que ejerce una columna de materiales sobre los que están debajo (los más antiguos), a lo que hay que añadir el calor interno terráqueo.

De manera acertada, concluye que las capas depositadas en los océanos -como testimonia el que contengan fósiles marinos- lo hacen con una disposición horizontal, pudiendo sufrir los estratos una elevación por encima del nivel del mar debido a fuerzas que proceden del calor del fuego central -se desconocían los esfuerzos tangenciales-, hasta alcanzar su posición en el presente, empezando a actuar seguidamente los fenómenos erosivos. Se preguntaba: ¿qué sucedería cuando se erosionaran las montañas?, ¿cómo se regenerarían las rocas perdidas?, arguyendo que deberían de existir mecanismos de regeneración que compensaran el desgaste sufrido.

Dotado con una capacidad de observación poco común, opinaba que los procesos hoy denominados gliptogénesis (meteorización y transporte), litogénesis (sedimentación y diagénesis) y orogénesis (formación de montañas) se producían de manera cíclica, repitiéndose varias veces durante períodos de tiempo extraordinariamente lentos; por tanto la Tierra debería de tener -no miles, como creían los neptunistas- sino muchos millones de años de existencia (hoy se considera una edad de 4.500 millones de años).

Hutton fue el gran divulgador del «principio de la superposición de estratos» -basado en las ideas de Steno, en 1669-, según el cual en una serie estratigráfica, poco o nada deformada, el orden de superposición de las capas es el mismo de su depósito; es decir, toda capa superpuesta a otra es más moderna que aquélla. Fue, asimismo, precursor de la interpretación de las discordancias sedimentarias al observar en la parte inferior de algunos afloramientos capas verticales y por encima otras horizontales.

Respecto a las rocas eruptivas, admite que se originan por fusión. Observó in situ un granito con evidencias de haberse introducido por fisuras en rocas previas, estimando que era posterior a las mismas y que estaba fundido en el momento de la inyección. Un hecho similar lo aplica a los filones metalíferos que atraviesan rocas más antiguas.

Estas consideraciones singulares constituyeron el cuerpo de la doctrina denominada «plutonismo» (de Plutón, dios del inframundo en las mitologías griega y romana), que, en esencia, se fundamenta en que el calor del interior terráqueo impulsa la creación de nuevos materiales. Las rocas preexistentes son erosionadas por la acción del agua y aire y los productos depositados en el fondo del mar formando nuevos sedimentos blandos, que petrifican posteriormente por el calor interno, para ser elevados por último.

Werner exponía sus ideas a los auditorios con tal entusiasmo y poder de persuasión que trascendieron fuera de los círculos científicos. Incluso el escritor alemán Goethe se erigió como defensor de sus teorías incluyendo en su obra «Fausto» un diálogo entre un neptunista y el personaje Mefistófeles (símbolo del demonio intelectual) representando a un plutonista. Sin embargo, terminaron por triunfar los principios de Hutton al adherirse a los mismos gran parte de la comunidad científica de la época; a su éxito coadyuvó un discípulo suyo, John Playfair, que en 1802 sacó a la luz las «Ilustrations of the huttonian theory», presentando las ideas huttonianas de manera clara y concisa.

Se imponían los principios del uniformismo y del actualismo sobre el catastrofismo. Según el primero, «las leyes y procesos naturales han permanecido uniformes a lo largo del tiempo»; por su parte, el actualismo preconiza que «el presente es la clave para la interpretación del pasado». Contrariamente, el último -paradigma del conservador pensamiento neptunista- explica los cambios terráqueos a base de catástrofes súbitas; en este sentido, el Diluvio Universal (que ejemplifica un hecho catastrófico) lastró el progreso geológico al ocupar una posición central en el pensamiento científico la tradición bíblica (LA NUEVA ESPAÑA, 6 de mayo de 2010).

En la actualidad se acepta el uniformismo corregido con sucesos catastróficos ocasionales para permitir las variaciones en el ritmo e intensidad que han desarrollado los sucesos geológicos en diferentes momentos. Las diferencias sustanciales con el conocimiento moderno estriban en la actividad interna, hoy interpretada a la luz de la «teoría de tectónica de placas».