España se acerca de forma acelerada a los precios medios de la Unión Europea. En el año 2002, en que se introdujo físicamente el euro, estábamos en el 86 por ciento de la media de la Unión y hace unos meses ya nos encontrábamos en el 96 por ciento. Paralelamente, los salarios cursan un veinte por ciento por debajo de la media europea. Primera conclusión: no es cierto que una supuesta mano de obra cara sea la causa de nuestra bajísima competitividad; todo lo contrario, a este paso pronto estaremos en estándares del Tercer Mundo o al menos de las llamadas potencias emergentes, pero en el sentido contrario, hundiéndonos.

El problema es el capital -el modo de producción de ZP, se podría decir con ironía-, que no invierte en escenarios de riesgo y margen de beneficio del diez por ciento, sino en parajes seguros o cautivos con ganancias del cincuenta por ciento o más o mucho más.

Es el caso paradigmático del ladrillo. La culpa no es de los ciudadanos, sino de los gobiernos que manejan el crédito -en lugar de permitir que se ajuste en el mercado libre- y de los empresarios que acudieron a esa sopa boba en vez de adentrarse en la selva de la competitividad -invirtiendo de verdad y con sentido-, así que ganan lo que no está escrito y arruinan a la nación. Pieza clave en su estrategia es seguir bajando los salarios con técnicas neoesclavistas, ahora que los pelotazos apenas rebotan.

España está como está porque aquí no hay capitalismo que merezca tal nombre.

No es cierto que en los últimos años hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades y ahora estemos pagando el pato. Con los precios subiendo más que los salarios, cada vez éramos más pobres y a la vista está. El que se haya endeudado deberá hacer honor a su compromiso y punto, no cabe generalizar.

Insisto, el problema es el precapitalismo que impera en España, y ahí están los perroflautas teledirigidos pidiendo aun menos, así que apuntando al Tercer Mundo.