Una vez entendida la arquitectura sostenible como aquella capaz de cubrir las necesidades humanas sin poner en peligro el desarrollo de las generaciones futuras, se hace preciso cuidar especialmente la conservación de la energía, siendo imprescindible el correcto aislamiento de su envolvente térmica.

No sólo debemos centrarnos en reducir las emisiones de CO2 utilizando, por ejemplo, como combustible la biomasa, sino, también, en reducir la demanda energética. Para ello, utilizaremos los aislantes térmicos, pues son los materiales que reducen drásticamente las transferencias de calor del edificio.

Para conseguir la optimización del aislamiento térmico debemos combinar convenientemente los distintos tipos de materiales aislantes de que disponemos en el mercado, pudiendo incorporar, también, el aislamiento orgánico, dado que la vegetación adopta la temperatura del ambiente exterior mediante procesos de evapotranspiración, mientras que las superficies inorgánicas se calientan a una temperatura muy superior a aquélla.

Una vez decidida la combinación de tipos de aislamiento a disponer debemos elegir los materiales aislantes analizando, además de sus cualidades térmicas, su ACV, que nos informará de la energía, contaminación y consumos necesarios durante el ciclo de vida de cada uno de ellos.

Como la arquitectura bioclimática se basa en el aprovechamiento de fenómenos climáticos, caracterizados por su gran variabilidad, se hace precisa su acumulación. El sistema bioclimático óptimo de acumulación de energía es la utilización de la propia masa del edificio, optimizando así las inversiones. Los cerramientos con mucha inercia acumulan mucha energía, la cual actúa como colchón protector ante las fluctuaciones térmicas del exterior. Así, una bajada brusca de la temperatura exterior, antes de enfriar el ambiente interior debe reducir la energía acumulada en los cerramientos; como al cabo de un tiempo la temperatura exterior volverá a subir, el cerramiento se recargará antes de que se aprecie el enfriamiento en el interior del local. Por ello, los edificios con gran masa térmica son térmicamente muy estables.

En cierto modo la inercia térmica se contrapone al aislamiento. Así, un cerramiento convencional, con el aislamiento situado cerca del interior, aporta únicamente entre un 10% y un 20% de su masa térmica a la inercia del local; mientras que con el aislamiento dispuesto por el exterior aporta el 90%. Debemos, por lo tanto, valorar el uso de los aislamientos y de la masa térmica del edificio según las necesidades y los factores climáticos del lugar donde se ubique.

En España disponemos un clima que nos permite acondicionar los locales mediante el aprovechamiento del calor que nos proporciona la radiación solar o el frescor del aire nocturno. Dado que las condiciones climáticas son variables es necesaria la acumulación rápida de esta energía, para ello utilizaremos materiales densos, con un alto calor específico y una alta difusividad térmica, con lo que la energía se distribuirá en toda su masa con rapidez.

Orientación, ganancias térmicas, protección solar, aislamiento e inercia térmica son las variables que debemos compaginar para un adecuado diseño bioclimático de nuestros edificios; construyéndolos con materiales sostenibles y dotándolos de instalaciones basadas en las energías renovables. Existe, pues, una fase decisiva en la concepción del edificio; otra en la construcción del mismo y en la incorporación de sus instalaciones. Se hace, por tanto, precisa la concienciación de toda la sociedad para que nuestros planteamientos en el ámbito de la arquitectura tengan en cuenta, desde sus primeras propuestas, los condicionantes que nos impone el clima en el que se implantará nuestra edificación.