En un país donde el personal creía que el pulpo «Paul» adivinaba el resultado de los partidos de fútbol es lógico que si aparecen unos fantoches capuchaboinas y puño en alto afirmando -y van doce cantes en falso- que dejan su oficio de asesinar se lancen mil cohetes de alegría.

Pero sólo una ojeada a las híper exageraciones del agitprop es suficiente para comprender que todo es una gigantesca mentira. Desde hace tiempo era de dominio público que los capuchaboinas -a saber quiénes son: sospecho que agentes secretos de...- iban a declarar lo que han declarado a un mes de las elecciones, para que Rubalcaba, si te vuelves te la clava, apañase algunos votos y para dejarle a Rajoy la mayor patata caliente que vieron los siglos: si no excarcela, porque sí, a 600 asesinos antes de seis meses vuelven las bombas, y los medios progres -la inmensa mayoría- ya se encargarán de decir que el terrorismo es culpa de la derecha. Si los suelta, será como ZP: indignidad y vergüenza.

Todo grupo terrorista tiene detrás a un Estado y la ETA -las ETA, habría que decir- sospecho que a media docena sucesivamente, a veces simultáneamente o formando una UTE con otras. Cuando estalló la crisis económica y la UE empezó a tambalearse, el proceso de destrucción de España -para el que la ETA es clave- quedó archivado porque podía arrastrar a toda la Unión.

En ésas estamos, no toca echar más leña al fuego, pero sí consolidar las posiciones pactadas en Perpiñán el 4 de enero de 2004.

De ahí el 11-M y todo lo que hemos visto de ruptura de España, de enfrentamiento guerracivilista y de doble ruina económica respecto a los países de nuestro entorno.

España es ahora el gran problema de Europa y hay que estabilizarla. Por eso se mete en el congelador a los capuchaboinas -lo dicho: agentes de...-, se pinta un horizonte imposible para Rajoy y a esperar: en cuanto aquí mejoren las cosas se resucita a la ETA y, hala, otros mil muertos más.