Con eso de la cámara oculta estoy como Alejandro Sanz: tengo el corazón «partío». Admito que me gusta, como espectador, ver noticias basadas en ella o aderezadas con sus imágenes. Es cierto, como se encargaron de recordarnos varias cadenas tras la sentencia que limita su uso, que sin dicha forma de espionaje nos hubiéramos perdido momentos espectaculares que dejan con la vergüenza al aire desde vendedores de falsos milagros para la salud hasta un miembro de la realeza o notables parlamentarios traficando con favores e influencias. ¿Estamos globalmente mejor informados tras todo ello? La respuesta puede no ser del todo clara, pero no es ésta la pretensión del género, sino la espectacularidad del propio medio; su principal aportación es el goce de contemplar cómo el cazador atrapa a su presa; cómo el vengador justiciero, en nombre de todo su público, atrapa al malo y descubre su juego. No olvidemos que se trata de un género televisivo, donde la frontera entre información y diversión es de lo más movediza. Sin embargo, si periodismo es dar a conocer lo que alguien quiere mantener escondido, la cámara oculta es un instrumento útil a tal propósito. Ésta es una consideración, pero no es la única posible. Hay otras que se pueden poner encima de la mesa. Por ejemplo: lo que nos muestran en pantalla es sólo el pescado gordo y reluciente, pero no sabemos qué más han cogido las redes; es decir, qué otras imágenes se han tomado durante la investigación, qué intimidades sin relevancia pública han sido registradas y archivadas, ni en qué manos están. ¿Es imaginable que algunas de ellas den pie a cualquier forma de extorsión según en qué manos vayan a caer? Naturalmente, los periodistas proclamamos la bondad intrínseca de todos los miembros de la profesión, pero quizá debamos reconocer que tanta inocencia tiene algo de corporativo. La ley presume la bondad de la Policía, al extremo que su testimonio es prueba, y, sin embargo, necesita de ciertas autorizaciones para meter micrófonos allá donde los reporteros entran con sus juguetes sin encomendarse a nadie: curiosa paradoja, propia de una sociedad que desconfía de las cámaras de seguridad en la vía pública, pero se deleita escuchando lo del «amiguito del alma, te quiero un montón», y se extraña de que no baste para meter a los hablantes en la cárcel. En cualquier caso, las imágenes de cámara oculta que me gustaría ver y escuchar son las de las reuniones donde se fraguó el garrotazo, perdón, la reforma laboral.