Los antiversos satánicos de Günter Grass -o mejor, SSatánicos y de GraSS- han teñido estos días de reflexión y descanso con los más oscuros colores, porque si una de las más elevadas lumbreras de la intelectualidad planetaria considera que el país amenazado, Israel, es realmente una amenaza, una de dos: en la cumbre de la masa encefálica mundial habitan bobos de remate o canallas de vergüenza.

Como se sabe, el susodicho escritor militó en las SS y tardó ¡60 años en confesarlo!, así que dentro de otros 60 años se sabrá que también fue de la Stasi. A fin de cuentas, entre el nacionalismo-socialista de Hitler y el socialismo-nacionalista de Stalin nunca hubo más diferencias que la rivalidad para ver quién de los dos se apoderaba de la humanidad. O si se quiere, para ver quién de los dos mataba a más gente.

GraSS se quitó la careta hace unos años y ahora decididamente ha vuelto a las andadas por si aún cabían dudas. Cuando un día sí y otro también los máximos dirigentes de Irán afirman que quieren borrar del mapa a Israel con sus bombas nucleares en proceso muy avanzado de fabricación, salta a la palestra global el camaleónico escritor con unas coplillas en las que asegura que Israel «pone en peligro la paz mundial». El colmo.

El morbo liberticida, en su versión antisemita, la peor de todas, sigue muy vivo en Europa. Se vio hace unos días en Toulouse y de forma más institucional -luego más grave- cuando en la segunda guerra del Golfo Alemania y Francia apoyaron -siquiera sea oponiéndose a la iniciativa de liberación de Irak- a Saddam Hussein y su partido, de obvia inspiración nazi.

Los antiversos satánicos de GraSS dan la vuelta a aquellos de Rushdie, publicados hace 24 años, que exasperaron al fundamentalismo islámico. Ahora el agente de las SS -y quizá también de la Stasi- apoya a la bestia integrista contra Israel, la única democracia del Oriente Próximo.

Qué ocasión para retirarle el premio «Príncipe de Asturias», que en mala hora se le dio.