Serán muchas más, pero que hayan saltado a los medios para sonrojo, repulsa y encendido del espíritu rebelde contabilizo tres.

Uno. Mohamed Bonazizi, el joven universitario tunecino sin expectativa académica ni profesional que para subsistir vendía frutas y hortalizas en un mercado de Túnez. La Policía lo largó de su puesto con viento fresco y él se largó de este perro mundo rociándose con gasolina y reduciendo a cenizas lo que sería, paradójica denominación, la simiente de la Primavera Árabe. Sucedió en diciembre de 2010.

Dos. Y llega el 2012. En Marruecos. Amina Filali tenía 16 años. Violada, golpeada, despreciada por los suyos y obligada a casarse con su violador. Apagó su luz con un trago de matarratas. Lo de siempre, entre todos la mataron y ella sola se murió. Lágrimas, pancartas y manifiestos. Luego, el olvido. Y la vida para ellas sigue igual, o peor. Hay leyes escritas en roca de granito.

Y tres. Aún su cadáver está caliente. El ateniense Dimitris Christoulas, de 77 años, farmacéutico, con el agua al cuello por las deudas, sin otra salida para sobrevivir que mendigar a la basura los restos putrefactos de comida. Un tiro en la cabeza ante el Parlamento griego. Se arma la marimorena en la plaza Syntagma y los Twitter echan humo, pero Dimitris, al fin, descansa en paz.

Estaremos de acuerdo, cualquiera de los tres habría deseado más horas de luz. Pero los gobiernos empiezan, empezaron tiempo ha, a conducir a sus ciudadanos a la desesperación. La incertidumbre y la angustia, impuestas por el imperio de los números y sus lacayos, acercan más si cabe al hombre a la reducción, a la nada. Y encuentra en la oscuridad un alivio. Fuego, matarratas y pistola son los interruptores.

La pregunta: ¿cómo preparar al ser humano para unos caminos que lo llevan a lo oscuro y desconocido?

Y la respuesta: no la hay.

Ya me gustaría ser filósofo o teólogo para enumerar una docena de salidas al drama. Como carezco de tal sabiduría, y con las entendederas que Dios me dio, lo que se me ocurre, aludiendo a la pregunta de líneas arriba, es que no hay que preparar a nadie para transitar por senderos escabrosos, sino que es preciso, nuestros pastores responsables, apartar al rebaño de tan descabellado destino. Me da la cosa de que aquellos que elegimos en las urnas no actúan con responsabilidad hacia los suyos. Los gobernantes mueven las fichas con mayor atención hacia lo colectivo que hacia el ser individual. En lo colectivo está la riqueza de algunos, en lo individual la pobreza de muchos, y la desesperación y, como se expuso, la oscuridad definitiva.