Los gijoneses votan mañana de nuevo para elegir a sus representantes en el Parlamento regional, quienes, a su vez, elegirán al próximo presidente del Consejo de Gobierno del Principado de Asturias. El Ejecutivo que salga de las urnas autonómicas tendrá ante sí enormes desafíos, muchos de ellos sin capacidad para gestionarlos. La crisis se ceba con la ciudad más poblada de Asturias, pero hunde sus raíces muy lejos de aquí, por lo que nuestros gobernantes regionales tienen una limitada capacidad de maniobra.

Pero ello no obsta para que el nuevo Gobierno tenga una amplia responsabilidad para gestionar los intereses gijoneses, que son los mismos que los asturianos, aunque con importantes matices locales. La presencia de los problemas gijoneses en la campaña electoral que finalizó ayer ha sido escasa, por no decir nula. Gijón, digan lo que digan ahora candidatos y partidos, ha sido una sombra en el debate preelectoral, inexistente por otra parte.

Pero el carácter de sombra que ha tenido la situación gijonesa en los quince últimos días no impide que los más serios asuntos que tendrá que afrontar el nuevo Gobierno tengan su sede en Gijón. El futuro de la siderurgia asturiana, que, por fin, parece encarrilado pero no resuelto de forma definitiva; la política portuaria a poner en práctica en un Musel ampliado pero lleno de incertidumbres económicas; el necesario empuje a la industria, con una presencia en la comarca de indudable relieve; la recuperación del sector de la construcción, que puede tener en esta zona un amplio campo de actividad, y, en general, la necesaria dinamización de una Asturias casi paralizada, cuya parálisis afecta a Gijón más que a ninguna otra ciudad asturiana, son, en un apresurado resumen, obligaciones de cumplimiento imprescindible para el nuevo Ejecutivo regional, sea cual sea su color político o su composición partidaria.

Una urbe de casi trescientos mil habitantes, casi un tercio, pues, de la población total de Asturias, precisa de una atención prioritaria del Gobierno del Principado. Encarrilar los problemas pendientes de resolver aquí significaría una inyección de oxígeno para todo el tejido económico asturiano. De ahí que los asuntos gijoneses hayan de ocupar un lugar preferente en la hoja de ruta que diseñe el próximo Gobierno.

La parálisis de los últimos meses no ha sentado nada bien ni a Asturias ni, por supuesto, a Gijón, que tiene pendientes cuestiones claves para su futuro, como el desarrollo de la ZALIA, la consolidación de El Musel como puerto de referencia para el norte de España, con el consiguiente aprovechamiento de la magna obra de ampliación, la puesta en marcha de la regasificadora, el desarrollo del plan de vías, que parece haber roto con el parón a que ha estado sometido por distintas circunstancias y que exige una intensa colaboración entre las administraciones, o la puesta en marcha de planes de nuevas viviendas en distintas zonas de la ciudad, aunque la situación financiera los coloca en una posición casi imposible, pero que no deben caer en el olvido.

Dura, aunque apasionante, la tarea que le espera al nuevo Gobierno asturiano, que tendrá que devolver la ilusión a una sociedad que se siente defraudada por la parálisis que está viviendo la Administración regional. Dura, aunque apasionante, la labor que hay que desarrollar en lo que se refiere a esta ciudad que espera mucho de la nueva etapa que se iniciará a partir de mañana. Los relojes se adelantan una hora en la próxima madrugada. La acción de gobierno ha de adelantarse muchas horas a partir de estos días porque la situación de Gijón demanda pulso firme, trabajo ingrato y acierto. Las sombras que cubrieron Gijón durante la campaña electoral han de convertirse en luz, en mucha luz.