En su toma de posesión como director del Instituto Cervantes (27-1-2012) ha manifestado usted que «sitúa en Latinoamérica y en la vertiente hispana de EE UU la prioridad de su mandato». En declaraciones posteriores (11-6-2012) señala, incluso, que el futuro del español, como lengua de comunicación internacional, «se está jugando en USA». Esta especial sensibilidad suya hacia América, ya puesta de manifiesto anteriormente como presidente de la Real Academia Española de la Lengua, probablemente procede de su niñez vivida en Villaviciosa, un concejo especialmente ligado a la emigración y a los indianos.

Ha sido una buena noticia para Asturias su nombramiento como director del Instituto Cervantes, la institución que impulsa la promoción de la lengua y cultura españolas en todo el mundo. En nuestra vida política hay un consenso hipócrita en considerar como indiferente cuál sea el lugar de origen de nuestros servidores públicos. Sin embargo, todos tenemos la convicción íntima -aunque sea políticamente incorrecto- de que importa, y mucho, la procedencia o pequeña patria de cada ministro o alto cargo en Madrid. No hace falta recordar la gran vinculación con Asturias de nuestros políticos más eminentes, comenzando por los grandes ilustrados como Campomanes y Jovellanos. Pero la contribución tal vez más importante de los políticos asturianos a la vida nacional es que aportan un punto de vista que contribuye a mitigar los excesos del centralismo madrileño. Además, la visión periférica de los asturianos no es excluyente, como ocurre en otras autonomías, sino integradora, que enriquece y rectifica los errores y abusos a que conduce la visión centralista.

Hace años que podemos viajar por autopista a Madrid, pero la Autovía del Cantábrico o la Ruta de la Plata parecen inacabables. A comienzos de los años setenta del pasado siglo se promovieron desde Madrid, para toda España, unos edificios escolares con terrazas, que servían bien en el Sur o Levante, pero que, inevitablemente, acababan teniendo goteras en Asturias. Hace unos pocos años se dictó un decreto estatal fijando los impuestos de los establecimientos de hostelería, adecuado para las zonas donde la población se da concentrada en núcleos urbanos, pero que resultó demoledor para Asturias, donde provocó la desaparición de la mayoría de los bares-tienda que había en nuestras aldeas.

Felipe González crea el Instituto Cervantes en 1991. Pero, si bien fue un gran acierto promover esta institución para la divulgación de la lengua y cultura españolas, es necesario abordar la superación de algunos rasgos centralistas que se manifiestan en su funcionamiento. ¿No es también cultura española la que se genera en la periferia del Estado? Para esta rectificación nadie mejor que un asturiano que, anteriormente, ya consiguió un buen entendimiento con todas las Academias de la Lengua de Hispanoamérica. No es casualidad que quien ha conseguido el acuerdo de todas las Academias de la Lengua procediera de un pueblo de emigrantes, como tampoco lo fue, en su día, que el ministro de Asuntos Exteriores que nos llevó al Mercado Común, el avilesino Fernando Morán, fuera originario de una región de clara vocación europeísta. El pequeño «pero» que se puso a ambos ha sido que en su «asturiano» afán conciliador llegaran a «combayar», a ceder en exceso, por mor de alcanzar el acuerdo, bien en algunos pormenores ortográficos, chocantes para los peninsulares, bien en aceptar una cuota lechera inferior a los niveles habituales del consumo interno.

En su «Guía Espiritual de Asturias», Valentín Andrés escribió, a propósito de lo que llamaba «el imperio astur»: «Todavía hoy buena parte de la población de Cuba, de México, de la Argentina, casi toda la ciudad de Tampa, etc., es de origen asturiano». De Tampa quería yo hablar con usted, como director del Instituto Cervantes y como asturiano de Villaviciosa.

Con 335.709 habitantes, y 2,5 millones con el entorno de la bahía, esta ciudad de Tampa debiera ser prioritaria en el establecimiento de un Instituto Cervantes, o, al menos, de un aula de esta institución. Salvo que reconozcamos como cultura española sólo la que procede de Castilla o de Extremadura y excluyamos las realizaciones culturales de las regiones periféricas españolas.

Hay Institutos Cervantes en Nueva York, Alburquerque, Chicago y Seattle, y un Aula Cervantes en Boston. Y figuran «en consideración a futuro»: Portland, Phoenix, Denver, Los Ángeles, San Francisco y Houston. Sabemos que en la actual situación de crisis económica resultaría inoportuna cualquier propuesta de un nuevo gasto. Pero yo no dudo de que usted, como asturiano de Villaviciosa, incluirá a Tampa al menos en el grupo «en consideración a futuro».

La colonia de origen asturiano viene, sobre todo, de los tabaqueros astur-cubanos, como Ángel Cuesta Lamadrid, benemérito indiano de Colosía (Peñamellera Baja), como el valenciano Vicente Martínez Iborn (Ivor City) y otros empresarios asturianos y montañeses, como Peregrino Rey, Arango, Gutiérrez, Haya, Perfecto García, etc., que refundaron la ciudad a finales del siglo XIX.

No es posible mantener un idioma y una cultura sólo desde el ámbito familiar; en Tampa se conserva mejor la cultura gastronómica que la lingüística por la enorme presión de la lengua inglesa.

Si queremos que no se pierda la cultura española y asturiana, desarrollada en Tampa por nuestros emigrantes, es imprescindible la colaboración del Instituto Cervantes, dirigido, por fortuna, por un gran conocedor de nuestra emigración americana.