Me permito remedar el título de una conocida obra de Bill Bryson sobre la lengua inglesa, «Mother Tongue», como punto de partida de esta reflexión sobre la influencia de esta lengua sobre la española, en un aspecto particular: el calco semántico o préstamo de sentido. Bien es verdad que esta situación no afecta sólo al español, sino también a otras importantes lenguas como la francesa, quizá con mayor intensidad aún. Con razón R. Etiemble preguntaba desde el título de su libro de 1963: «Parlez-vous franglais?»

Todo el mundo sabe que la lengua madre del español es el latín. Lo curioso es que estamos incorporando palabras cuya base es latina, pero que no proceden del latín, sino del inglés. Éste no nos las exporta con su significado original, sino con el que le ha dado esa lengua. Tal es el caso de «versus» -usado, sobre todo, en contextos deportivos-, que en latín significa «hacia»; nos llega, en cambio, con el significado de «contra».

Lo que no es tan notorio es que también el latín sea la lengua madre del inglés. La lengua que coloniza hoy el mundo, igual que lo hizo aquélla, es un conglomerado de muchos elementos de distinta procedencia: celtas, anglosajones, latinos, escandinavos, normandos, frisones, holandeses... Pero la mayor influencia, en el lenguaje culto, sigue procediendo del latín, que constituye la fuente esencial en la que ha bebido el inglés desde la romanización y, sobre todo, desde la cristianización de la Isla, pasando por su uso como lingua franca en las universidades y en los tratados científicos y filosóficos: Harvey, Newton o Bacon escribieron sus obras en latín.

La consecuencia es el gran número de palabras de base latina que maneja el inglés culto y literario. Un gran número de ellas coincide en inglés y español -al menos en gran parte de su grafía-, pero su significado difiere notablemente: suelen llamarse «falsos amigos», pues pueden inducir a error sobre su identidad en ambas lenguas. Así «library» no es «librería», sino «biblioteca»; «bigol» no es «bigote» sino «fanático»; «bizarre», no es «bizarro», sino «grotesco»; «rope» no es «ropa» sino «soga» «exit» no es «éxito» sino «salida»; «constipated» no es «constipado», sino «estreñido»; «egregious» no es «egregio» sino «atroz»; «suave» no es «suave» sino «amable, cortés»; «actual» no es «actual» sino «real, verdadero»; etcétera, etcétera.

Este tipo de palabras no constituye especial peligro para nuestro idioma, pues su significado es tan distinto que no causa ninguna amenaza. Sí, en cambio, aquellas que, teniendo varios significados, comparten alguno de ellos con la correspondiente palabra española. La tendencia es que el inglés nos traslade la parte de su campo semántico ajeno a la palabra española. Es lo que se conoce con el nombre de «calco semántico» o «préstamo de sentido».

Veamos algunos calcos que se están produciendo en la actualidad: «versátil» (lat. «versatilem») significa «que se vuelve o se puede volver fácilmente» (DRAE); y aplicado a personas tiene un sentido claramente negativo: «De genio o carácter voluble e inconstante» (DRAE). El inglés toma «versatile» de la misma palabra latina, pero difiere diametralmente del segundo significado de «versátil», ya que en inglés tiene un claro sentido positivo, predicable, además, tanto de cosas corno de personas: «versatile things/people» son cosas o personas que se adaptan bien a situaciones diversas. El inglés nos está inoculando este significado, ajeno a nuestro «versátil». En un anuncio televisivo de un coche se dice lo siguiente: «Es una berlina muy versátil». Es obvio que se trata de un coche que se adapta bien a diferentes situaciones de conducción. Mientras que un trabajador «versatile» (que se adapta bien a determinados puestos de trabajo o a diversas situaciones laborales) es un mirlo blanco para una empresa, uno «versátil» (voluble, inconstante), es, en cambio, un problema. Otro caso más claro aún, si cabe, es el de «peculiar» (lat. «peculiarem»). El «peculium» era el capital con el que los esclavos esperaban comprar un día su libertad. Algo muy propio y personal, por tanto. De ahí que el adjetivo derivado, «peculiarem» -que da «peculiar» en inglés y español-, designara lo más propio y personal de cada uno. Pero el término inglés tiene también el sentido de «raro», «extraño», del que carece el español, cuyo significado es únicamente «propio o privativo de cada persona o cosa» (DRAE).

Hay otras muchas palabras latino-inglesas ahí agazapadas esperando su oportunidad para inocularnos subrepticiamente su extraño significado. Ignoro si el mayor conocimiento de la lengua inglesa por parte de la población española favorecerá o frenará esta tendencia, pero tengo para mí que la favorecerá el cada vez menor estudio del latín, corno fundamento del conocimiento profundo del genio del español.