Érase una vez un Emperador que quería mejorar la imagen de su muy lejano país. Con el fin de lograrlo, hizo venir al Encuestador de Cámara y así le habló:

-Se han enterado nuestros seculares enemigos, los Apocalípticos, de que en mis dominios apenas se lee. Así que ya me estás encuestando a los súbditos para demostrar que tal verdad es mentira. Mira bien lo que haces, pues, si no me satisfacen los resultados, te meto al cuerpo un ERE que te alivio.

El Encuestador, viendo su chollo en peligro y su hipoteca bailando, se dirigió al centro cultural más cercano, es decir, al bar de la esquina:

-Buenas, que vengo a implementar una encuesta en base a hábitos lecturales.

-¿A cuálo? -preguntó el chigrero.

-Que pregunta el Emperador que si en este local hay costumbre de leer.

-Mucha, aquí se lee que te cagas. Mira aquella mesa: aquel parado no suelta el «Marca» desde que abrimos. En esa otra hay dos culés comentando «El Mundo Deportivo». ¿Ves ese jubileta? Pues no para de leer su nómina y hacerse cruces. Y viene mucho uno, a la hora del pincho, que no para de revisar los mensajes de su móvil.

-De modo que puedo escribir que aquí se lee al cien por cien...

-¡Al cien por cien o más!

Ya con el ánimo alto, se dirigió el Encuestador a la entrada de un instituto. Era la hora del recreo.

-Hola, coleguis. Estoy haciendo una encuesta sobre si leéis los jóvenes.

-No, tío, no leemos un pijo, ¿de qué vas?

Se estremeció el enviado de palacio.

-¿Cómo que no? Algo leeréis... ¿No tenéis libros de texto? ¿Lecturas obligatorias?

-Ah, de eso sí hay, creo, no sé... Porque nos bajamos los resúmenes de «El Rincón del Vago» y de «Apuntes.com».

-Entonces, leéis: en pantallas, pero leéis al fin y al cabo.

-¿En pantallas? Mira, mira...

Y por ensalmo surgieron algarabías de Smartphones, gozos de iPhones, estruendos de Androids, jolgorios de Blackberrys, dulces melodías de Nokias. Suspiraba aliviado el Encuestador: la juventud lee, anotó.

El sol daba de lleno en aquel parque público. Dos señoras repolludas lo tomaban.

-Perdonen que las moleste. Es para una encuesta: ¿leen ustedes con frecuencia?

-No, ni papa. ¿Cómo vamos a leer si no tenemos tiempo?

-Como no sea el tique de la compra para ver si nos roban... -apuntó la mayor.

-O sea que leen los tiques.

-Huy, sí, menudas somos. Y las ofertas.

-Y las facturas, hijo.

-Bueno, entonces son ustedes unas lectoras empedernidas...

-¿Empederqué? ¡Eh, chaval, sin faltar!

El Encuestador imperial se apostó a la entrada de un gimnasio. Vio aparecer una masa de músculos masculina y otra femenina.

-Perdonad. ¿Sois lectores habituales?

-Yo sí. Yo leo todo lo que cae en mis manos -dijo la femenina.

-Y yo -terció la masculina-. Acabo de acabar un libro de la leche: te lo recomiendo.

-¿Un libro? Así que eres un vicioso...

-¡Jajajá! ¡Qué fuerte, macho! -dijo él dándole una palmada a nuestro hombre que le puso las cervicales a vivir-. Se llama «El enigma vampírico del manuscrito del monasterio» o «El vampiro enigmático del monasterio manuscrito», ahora no caigo.

-No es así -corrigió ella-. Es «El monasterio enigmático del vampiro manuscrito». Pero yo soy más de leer autoayuda y oriental. Me chifla «¡Sé feliz, idiota!». Y me moló «Los lamas lamineros lamen la lámina», con consejos zen y de meditación, muy así como profundo.

-Majestad imperial, he aquí el informe -dijo postrándose el Encuestador.

-¿Y leen mis súbditos?

-Leen y leen mucho. Nunca se ha leído tanto en vuestros reinos. Leen que es una barbaridad. Leen con frenesí. Venga de leer y de leer.

El Emperador se retiró satisfecho a sus aposentos. Su ayuda de Cámara lo oyó murmurar: «Pues, si lo dice la encuesta, a ver quién es ahora el guapo apocalíptico que la contradice». Y colorín colorado.