La educación ha alcanzado tal grado de distorsión que el profesor que suspende mucho antes que tenido por riguroso y exigente acaba convertido en sospechoso de no saber enseñar. Los estudiantes pasan de curso casi por decreto, da igual los conocimientos que acumulen, porque algunos equiparan tratar de impedirlo con fomentar la desigualdad. Priman los derechos, los mediocres arrinconan a los sobresalientes. A quien reclama responsabilidad y esfuerzo le llueven reproches por antisocial y reaccionario.

El panorama dista mucho de resultar idílico. Todos los consejeros del ramo estrenan la cartera cargados de buenas intenciones y con objetivos irreprochables. En la práctica la mayoría sucumbe al sectarismo y la politización que persigue a una enseñanza en la que hasta los simples consejos escolares de cada centro acaban convertidos en un reflejo de la polarización y las pugnas ideológicas. Así nos luce el pelo, con siete leyes educativas en treinta años, cada reforma rebajando el listón académico de la anterior y las autonomías desleales usando los libros de texto para el adoctrinamiento. Un estudiante japonés de Secundaria sabe lo mismo que un universitario español, según la OCDE.

En su entrevista en LA NUEVA ESPAÑA y en su comparecencia en la Junta, el nuevo titular de Educación del Principado, Genaro Alonso, afirma estar dispuesto a evaluar el sistema para conocer sus fortalezas pero en especial para descubrir sus debilidades. También pretende renovar en dos años el mapa escolar, lo que implica su ordenamiento racional para acomodarlo a las necesidades actuales y a la realidad demográfica y geográfica asturiana del siglo XXI. Ambos propósitos entrañan enmiendas de calado. La experiencia invita al escepticismo sobre hasta dónde llegarán luego. Lo que nadie duda hoy es que la sociedad demanda consenso en materias esenciales como ésta y un rápido cambio de rumbo educativo.

El modelo pedagógico ha quedado anticuado. Los objetivos para Asturias ya no pueden ser idénticos a los de hace una década, cuando la reivindicación era construir colegios y aumentar la dotación de medios, dando por sentado que las reclamaciones materiales por sí mismas iban a traer parejos avances formativos. Los competidores progresan y se multiplican. Países asiáticos que modernizaron en tiempo récord sus patrones educativos, como Singapur, Taiwán y Corea del Sur, han protagonizado un ascenso meteórico en las clasificaciones de renta per cápita.

Hay que preparar personas capaces de moverse con soltura por el mundo, predispuestas a la adaptación y a los cambios instantáneos, a la innovación permanente, a reaccionar ante adversidades imprevisibles y a hacerse dueñas desde bien temprano de su destino. En esa misión el dominio de idiomas extranjeros resulta imprescindible. El bilingüismo lleva años implantado en los colegios asturianos y nunca fue sometido a examen para comprobar su grado de éxito, un ejemplo de la falta de apremio e interés del propio sistema por la rendición de cuentas.

La enseñanza asturiana necesita un estirón. Ni se avanzó en otorgar socialmente al profesor un valor acorde a la importancia de su papel, ni los interinos se redujeron. La interinidad resulta muy cómoda a la Administración para mover maestros de la ceca a la meca cada septiembre a costa de imposibilitar la continuidad de su labor didáctica. Aunque las estadísticas maquillen la situación del Principado en comparación con otras comunidades, la adjudicación de plazas a la trágala y el fallo del sistema informático no permiten sacar pecho.

La educación infantil de primer ciclo, sin regular e impulsada con voluntarismo, vive en conflicto por los recortes. Los tiempos imponen una progresiva tendencia a su universalización. Los colegios concertados quedaron muy descontentos de la etapa anterior. Los profesores de Religión protestan al verse en la calle por reducción de horas lectivas. Y lo de la enseñanza dual va de cachondeo en cachondeo. Excluye, incomprensiblemente, a los buenos alumnos. Las empresas le han dado la espalda y la gestión cabalga sin claridad entre dos consejerías, Educación y Empleo, lo que dificulta hasta los asuntos rutinarios.

La lucha contra la corrupción, contra el acoso y la violencia doméstica, contra el insulto y el mal uso de las redes sociales, contra el consumo de alcohol y drogas, las campañas por una buena alimentación, por la seguridad vial o por el emprendimiento tienen que empezar en la escuela. Una buena instrucción no sólo moldea ciudadanos mejores, críticos e independientes, sino que multiplica sus oportunidades. No habrá renacimiento ni relanzamiento de Asturias si antes su enseñanza no acomete el giro radical que el sentido común aconseja llegados a este punto. Al equipo que empieza con el curso le espera una faena apasionante y decisiva si de verdad aterriza dispuesto a afrontarla. El conocimiento es libertad, sostenía Unamuno. Una educación de calidad hace a los hombres más libres. Los másteres, los títulos profesionales o los grados no proporcionan el bienestar ni la prosperidad, pero ayudan mucho a conseguirlos.