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Antonio Rico

Los premios de Mastropiero

Una retransmisión televisiva aburrida que oculta lo que ocurre en la calle

La retransmisión televisiva de la entrega de los Premios Princesa de Asturias de este año estuvo marcada por las ausencias. Estas ausencias determinaron que el gran despliegue técnico y humano de cámaras, cables y periodistas no lograra llevar a nuestras casas determinadas imágenes muy esperadas, a pesar del esfuerzo realizado por la TPA y La 1 de TVE para que los telespectadores no perdiéramos detalle de lo sucedido en las calles de Oviedo y en el teatro Campoamor.

(Seamos justos: la parte "oficial" con todo su protocolo estuvo cubierta a la perfección, con lo que quien que quería oír discursos, oyó discursos; y quien quería ver vestidos, vio vestidos. Así es la tele. Pero por la parte "no oficial" se pasó de puntillas, y la tele no tiene por qué ser así. Una retransmisión realizada con rigor periodístico debe enseñarlo todo, especialmente los sucesos de la calle que se escapan de la coreografía prevista. Si detrás de las banderas hay una pancarta que dice "Fartones", las cámaras -más si son de una cadena pública- deben ser los ojos de los ciudadanos que estamos en casa y permitirnos ver tanto las banderas como las pancartas. Si detrás de los himnos y las gaitas hay ciudadanos que corean "Los Borbones, a los tiburones", en casa deberíamos poder oírlo todo: himnos, gaitas y consignas. Seamos más justos: nuestra tele, la Televisión del Principado de Asturias, fue más permeable al pulso de la calle e hizo por tanto mejor su trabajo que nuestra otra tele, Televisión Española)

Volviendo a nuestro propósito, hubo notables ausencias en la retransmisión de la entrega de los Premios Princesa de Asturias 2015. Faltó la princesa, nos lo dijeron (mejor lo justificaron, lo excusaron, lo explicaron) mil veces. Si hubiera estado, lo sucedido en la retransmisión, en la entrega y en Oviedo entero hubiera sido otra cosa. Y las portadas de las revistas del corazón de la próxima semana, también.

Así mismo faltaron Pau y Marc Gasol. Los Premios de los Deportes, más si son españoles, funcionan muy bien animando las calles y proporcionando un bonito y poco revoltoso decorado popular. Quizá por esto el jurado de este premio encuentra que, cada dos o tres años, los mejores deportistas del mundo entero son españoles. Pero estas ausencias son subsanables. Llegará el día en que la princesa vendrá por aquí, saludará por las calles y entregará los premios por primera vez. También podrán venir los hermanos Gasol. Si el jurado se lo propone podrán concederles su tercer premio, a ver por qué no, y esa vez tocará que vengan. Pero hay una persona que ya nunca podrá venir a recibir nuestro aplauso y nuestro cariño, una ausencia que ya no tiene remedio. Este verano murió Daniel Rabinovich sin que "Les Lutuiers" hubieran recibido ningún Premio Príncipe ni Princesa de Asturias.

No podemos permitir que Carlos Núñez Cortés, Carlos López Puccio, Marcos Mundstock y Jorge Maronna, miembros fundadores de "Les Luthiers" se queden sin este premio, sin tener que venir a recogerlo y sin que Mundstock eche abajo el teatro Campoamor al adelantarse en el escenario hasta el micrófono, tomar la palabra, e iniciar su discurso diciendo "Johann Sebastian Mastropiero?". La retransmisión televisiva de una ceremonia tan encorsetada como esta, tan repetitiva, tan previsible y, por tanto, tan aburrida (la tele es así de cruel) pasaría de ser un tostón apto solo para incondicionales, a ser un acto más televisivo y más divertido en el que podría ocurrir cualquier cosa y, con toda seguridad, lo más reseñable no sería, como lo fue ayer, que esta vez el rey Felipe no se equivocó llamando a los Premios "Príncipe de Asturias" en vez de "Princesa de Asturias" como hizo el año pasado, que el premiado Leonardo Padura hizo un amago de lanzar una pelota de béisbol al público igual que el golfista José María Olazábal amagó un swing hace varias ediciones, o que los hermanos Gasol, hombro con hombro, simularon un salto estratosférico para disputarse en lo alto la posesión de la lámpara del teatro Campoamor para su equipo. Ah, no, que esto ni siquiera ocurrió. A ver el año que viene.

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