Ni Venezuela, ni Francia, ni el debate electoral en televisión... no, Oviedo y el cerco ya paranoico. La cumbre de París ha puesto en celo a los calentólogos. Grandes celebraciones planetarias de esa nueva religión denominada cambio climático -antes era calentamiento global pero se han apeado del sintagma por si acaso- y los mil jetas de siempre que se suman entusiasmados al club. Destaca Carmena, la abuela de Caperucita -o sea, el lobo- que insta a los niños a coger colillas por las calles como no se le ocurriría ni a los munícipes más crueles de tiempos de Dickens. Y en Oviedo, ya ven, cortan la Y pero no a iniciativa del alcalde Wenceslao López sino por dictado del Principado de Javier Fernández -cada día me cae mejor- que aspira a tener una línea en la historia que estos días se escriben en la ciudad de la luz.

Como son aún más zotes que manipuladores la medida es de traca. Los coches no pueden circular por Santullano y tal pero dan un rodeo, gastan más gasolina, contaminan más y en paz. No porque lo diga Fernández la gente va a dejar de salir y entrar en Oviedo. Qué más quisiera.

Peor aún. Según los expertos la alta contaminación que se registra no es por dióxido de nitrógeno -propio de los coches- sino a causa del azufre. Y el azufre es propio de cementeras, térmicas, químicas y coquerías. ¿Le suena presidente Fernández?

Cortan el tráfico porque sí, se apuntan al ranquing de París, encubren a los poderosos y perjudican a los ciudadanos de a pie al tiempo que los camelan al afirmar que solo quieren protegerlos: socialismo en estado puro.