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Falo Saavedra, genio y figura

De una cosa estoy convencido, y mira que convencerse de algo es difícil, y es ello que Falo Saavedra, bacteriólogo que fue del Hospital de Mieres y de media España, a estas horas está en el Cielo. Y también me da la cosa de que en su nueva morada está revolviendo a Dios con Santiago, y nunca mejor dicho. Parece que lo estoy viendo. Con su placa de Petri corriendo detrás de San Pedro para hacer cultivo y antibiograma del polvo de las suelas de sus sandalias, o colgando de las nubes que hacen esquina edictos por los que convoca a ángeles y arcángeles a hacer un cultivo de orina, o rascando a hurtadillas el Trono Divino para descartar la presencia de microorganismos patógenos. Espero, por la tranquilidad que dicen que reina en ese espacio celestial, que algún santo le diga que aquí se viene a descansar eternamente y que los bichos han quedado atrás, con los mortales, y que la batalla que él libró en el mundo de abajo ha concluido. Obedecerá y descansará de una vez. Eso espero. Que se lo ha ganado a pulso. Que currar por aquí abajo, curró de lo lindo. Compartí con Falo un porrón de años, los días y las guardias, en el Hospital de Mieres. Y nos dieron la misma habitación para dormir, y no dormimos, por mor de nuestras diferencias ideológicas. Cuando oteaba un servidor que se iba quedando sopa, pues sacaba "El País" y me ponía a leérselo en alto hasta que se me cerraban los ojos, que era cuando él sacaba el "ABC" y me castigaba con la misma moneda. Fueron noches de guardia fructíferas, yo supe por dónde funcionaba la derecha y él lo mismo con la izquierda. Y tan amigos.

Gran aficionado a los toros. Intenté en vano pasarlo al bando contrario. Y casi me convence a mí. En su juventud conoció a Fermín Murillo, cuenta que una tarde le ofreció torear en una novillada, y toreó. Nunca contó el final de la historia. Lo que sí, doy fe, es que Falo como torero de salón era inigualable. Cuando emulaba un natural, es que veías al toro pasar ante su nariz vitigudínica. Gracias a Dios ahí quedó la cosa, y los que pagaron el pato fueron las bacterias, a las que persiguió y aniquiló para el bien y confort de los humanos.

Además de la persecución implacable a los agentes patógenos y el toreo de salón, Falo Saavedra tenía otra afición: la vida. En los últimos años batalló contra un nutrido repertorio de tumores. Él con sus ganas de vivir y su capote les fue dando largas cambiadas. Y sin complejos, le llegó el ultimo natural, el cuerno esta vez fue mezquino y certero. Falo dio la vuelta al ruedo en alma ante su familia, que tanto quería, y ante sus amigos, que tanto le queríamos. Descansa, Falo. Nos veremos.

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