El debate organizado por el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA hace dos semanas con todos los aspirantes a rector, con lleno hasta la bandera en plenas vacaciones y gran seguimiento de las intervenciones, mostró lo mucho que se juegan los profesores, los alumnos y la sociedad regional en las elecciones del jueves. Una cita incierta, por lo disputada, y sin favoritos, pero de la que tiene que surgir el equipo que impulse una universidad moderna, y modernizadora de Asturias.

En el cara a cara y en la campaña, los candidatos evidenciaron que los unen más cosas de las que los separan. Fundamentalmente dos: un deseo de abrir la Universidad y transformarla en una herramienta útil para los asturianos, más allá de preparar a las sucesivas generaciones de discentes, y un compromiso para elevar su prestigio en los ámbitos nacional e internacional, sostenido ahora por solitarias iniciativas y no por una estrategia planificada e incentivadora de la promoción de la innovación y el talento. Intenciones inobjetables, aunque nadie cuenta cómo va a saltar de las palabras bellas a los hechos ni de dónde saldrá el dinero.

Para sus defensores, el rector saliente, Vicente Gotor, deja, con un mandato serio basado en la confianza y el sentido común, una Universidad aceptable a pesar de la época de severas restricciones a la que le tocó enfrentarse. Ha sido el suyo, dadas las circunstancias, un programa de mínimos. Sin grandes éxitos, excepto el Campus de Excelencia, ni enormes fiascos. Sus críticos, por contra, le reprochan demasiado personalismo, la precaria situación de los empleados y el exceso de burocracia. Todos los candidatos a sustituirle, excepto uno, cuentan con experiencias en puestos de gestión.

Santiago García Granda (Verdicio, Gozón, 1955) es catedrático de Química Física y Analítica. Pone el acento en la faceta investigadora de la institución. Quiere promocionar el asturiano, una administración electrónica accesible y sencilla y crear un instituto para la mejora educativa. José Muñiz (Sograndio, Oviedo, 1949), catedrático de Psicometría, persigue una institución cercana, dialogante y participativa. Plantea premiar la labor docente, favorecer la estabilidad, intensificar la captación de profesores valiosos e incrementar la financiación con contratos con empresas y mecenazgos. Agustín Costa (Meres, Siero, 1949), catedrático de Física Química y Analítica, no concibe la Universidad sin el emprendimiento. Promueve una asignatura en los planes de estudio para estimular la iniciativa empresarial. Propone crear un comité externo con premiados de la Fundación Princesa de Asturias para asesorar en tareas investigadoras. Pedro Sánchez Lazo (Sevilla, 1949), catedrático de Bioquímica y Biología Molecular, parte del convencimiento de que un cambio es posible. Sugiere mejorar la transferencia de los resultados de la investigación a la sociedad, rejuvenecer el profesorado, rebajar de tasas y un plan específico de becas.

Todos los programas electorales cuentan con aspectos interesantes. La sustitución de la meritocracia por el clientelismo está en la raíz de muchos desajustes de la España actual que impiden su regeneración y su progreso. La enseñanza superior no es ajena a esta epidemia, con su espíritu de clan en las contrataciones, las endogámicas promociones internas y la fatigosa funcionarización de los procesos.

En vez de como un gasto, hay que concebir la Universidad como una inversión. Pero tiene que ofrecer más a la sociedad de lo que hoy aporta. El ágora asturiana del siglo XXI funciona con criterios viejos, aferrada a otros tiempos por las ineficiencias internas y las malas inercias, y avanza a ciegas. Forma en saberes antiguos a jóvenes que tendrán que desempeñarse mañana en profesiones que ni siquiera hoy existen porque no están inventadas.

Poco se ha oído estos días a los rectorables de recuperar una Universidad de la exigencia y del esfuerzo por encima de todas las cosas, y sí alguna demagógica tentación electoralista para regalar los oídos, como el deseo de levantar la mano con los estudiantes que tras años y años en los pupitres no cumplen con un mínimo de materias aprobadas o la promesa de implantar nuevas titulaciones para ganarse el favor de los campus.

Muchas incógnitas por despejar no corresponden sólo al ámbito asturiano. Al nuevo Gobierno de la nación, del signo que sea -un día tendrá que llegar a constituirse alguno-, le toca abordar la inaplazable reforma de la educación en todos sus frentes. Nada ha mejorado hoy con el cacareado plan de Bolonia, pese a que su implantación fue anunciada como la panacea para todos los males de la docencia. Falta actitud en la comunidad universitaria y también dotación de medios.

El mayor reto para el ganador de los comicios será transformar la Universidad en uno de los recursos más valiosos de Asturias. Y no sólo para contribuir al bienestar de la región, sino también por la supervivencia de la institución. En un mundo en mutación vertiginosa y con menos jóvenes mantener las actuales estructuras obligará a salir a la caza de estudiantes a otras regiones o al extranjero. Quien no consiga reciclarse quedará sepultado en la insignificancia de su propia mediocridad.