Las fiestas de los barrios aportan valor añadido popular al verano gijonés, plagado de actividad desde la última semana de junio hasta bien entrado septiembre. A esas celebraciones periféricas hay que añadir las fiestas de prau que amenizan el julio y el agosto festivos en las parroquias rurales del concejo. Y que a decir de sus organizadores están heridas de muerte, por el recorte de las ayudas municipales y por la factura creciente del pago a la Sociedad General de Autores, una cuenta pendiente que muchas comisiones de festejos consideran revolucionario impuesto. No están para tirar voladores esos animosos grupos de vecinos que sacrifican su tiempo y en ocasiones su pecunio en beneficio del divertimento del común. Merecen reconocimiento y apoyo. Incluso atención cuando reclaman al poder municipal medidas contra el botellón, vulgar aguafiestas que arrasa cualquier modalidad de sana diversión. Romería viene de Roma, de los piadosos creyentes que peregrinaban a la cuna de la cristiandad; por eso no hay fiesta de prau que no tenga misa y procesión, sones de gaita, sidra, juegos tradicionales, comida campestre... Si para el romero todos los caminos conducen a Roma, en Gijón y en verano todos los senderos encaminan a una romería. Y que así siga siendo.