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Oficina del grupo S&D del Parlamento Europeo en Asturias

Un nuevo Somme para el laborismo

La debacle que las encuestas pronostican para la izquierda británica

Había algo extraordinariamente valiente en la campaña de Michael Foot, pero fue como la batalla del Somme.

( M. White en "The Guardian")

Con sus treinta y nueve páginas, el programa electoral laborista de 1983 está considerado oficiosamente como "la nota de suicidio más larga de la historia". The New Hope for Britain [La Nueva Esperanza para Gran Bretaña] apostaba por el desarme unilateral, el abandono de la Comunidad Económica Europea, la eliminación de la Cámara de los Lores, la renacionalización de empresas públicas privatizadas? Era, sin duda, un programa máximo con el que se identificaban las bases laboristas. Sin embargo, su entusiasmo no encontró la respuesta esperada en los votantes. El apoyo a Margaret Thatcher fue masivo. El Labour obtuvo sus peores resultados desde 1918 y su líder, Michael Foot, se vio obligado a dimitir.

Treinta cuatro años después, el laborismo está decidido a repetir los mismos errores en las elecciones que tendrán lugar el próximo 8 de junio. Para ello no podían haber elegido un líder más adecuado que Jeremy Corbyn. Al igual que Foot en 1980, la elección de Corbyn en 2015 respondió a la necesidad de su partido de una purificación, en este caso tras el Nuevo Laborismo de Blair-Brown. Corbyn había destacado como diputado díscolo, con un claro (casi cultivado) perfil de outsider. Como muestra, llegó a apartarse 428 veces de la disciplina parlamentaria en el periodo en que su partido gobernaba. Sin duda, los cambios en 2015 en las normas para la elección del líder permitieron que la contestación de las bases al blairismo se hiciera en los términos más duros posibles.

Corbyn recogió gustoso este mandato de reforma y ha sido con él profundamente coherente. De hecho, se ha empleado con celo iconoclasta, buscando una dialéctica de confrontación con el establishment y apoyándose a nivel interno en Momentum, un singular movimiento a medio camino entre el novísimo agit-prop y el coro de Bacantes. De este modo pudo consolidar su liderazgo con comodidad en 2016 frente a la rebelión de los diputados de su partido. Unos diputados que, por su conexión permanente con los votantes de sus circunscripciones, característica del sistema británico, son los que mejor están advirtiendo las señales del huracán que se aproxima. Promete ser de fuerza 5. Las últimas encuestas sitúan ya en 24 puntos la ventaja de los conservadores.

La debacle laborista se verá acentuada, si cabe, por el tema central de la campaña electoral: la ya activada salida del Reino Unido del club comunitario. En este escenario, la presencia de Corbyn es tóxica para los suyos. En el Labour existe un sector profundamente europeísta que podría haber ofrecido alternativas atractivas a los electores: desde plantear las elecciones como una segunda vuelta al referéndum (ensayando, incluso, una alianza con los europeístas liberal-demócratas cuya intención de voto se ha disparado), a defender las bondades de un Brexit menos belicoso que el propuesto por Theresa May. Nada de esto será posible. Euroescéptico reconocido, Corbyn votó a favor de abandonar la Unión Europea en el referéndum celebrado en 1975. Pese a que el laborismo apostó por la permanencia en 2016, la pasión europea de Corbyn fue calificada como tibia, en el mejor de los casos. Tampoco ha aprovechado el trámite en los Comunes previo a la activación del artículo 50 para plantear un debate en profundidad. Para el líder laborista el Brexit duro es cosa juzgada. Posiblemente porque, en el fondo, es lo que desea.

Sin duda, esto son buenas noticias para los conservadores. La ausencia laborista les servirá de absolución frente su responsabilidad en esta monumental crisis. Porque no debe olvidarse que fueron los tories los que repercutieron un problema interno (la cohesión de su familia euroescéptica ante el avance del UKIP) al resto del país mediante la convocatoria de un referéndum envenenado. Un referéndum que ha polarizado a un país al que ahora se intenta cohesionar apelando a un Brexit duro, con una dialéctica que se acerca más a nuestro patrio ardor guerrero que a la proverbial corrección británica. May busca sus Malvinas y Corbyn, al igual que hizo el antimilitarista Foot en el 82, está santificando sus tesis.

La apuesta de los laboristas por una catarsis, con un programa antieuropeo y alejado de la realidad, es profundamente irresponsable y egoísta con su país, al que aboca a fuertes tensiones internas (Escocia, Irlanda del Norte) y a desconocidos caminos en lo exterior. Pero, también, lo es con el resto de ciudadanos europeos, enviando el mensaje equivocado, de que una respuesta de izquierdas a los problemas reales (la seguridad y defensa, la mejora de las condiciones laborales, la redistribución de la riqueza, la lucha contra los paraísos fiscales?) se consigue contra nosotros o, en el mejor caso, sin nosotros. Nunca, con nosotros.

Michael Foot no supo ofrecer en 1983 una alternativa progresista a la revolución conservadora de Thatcher, allanando el camino a treinta años de hegemonía neoliberal. Esta hegemonía impuso un marco que condicionó la actividad de los gobiernos de todo tipo y condición. También de los socialdemócratas. Corbyn perderá en 2017 la posibilidad de ofrecer una alternativa socialdemócrata a la revolución populista que aspira a moldear nuestra sociedad en las próximas décadas. Un nuevo Somme para el laborismo y la muy debilitada socialdemocracia europea.

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