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andres montes

Violencia institucional

La difícil vuelta del soberanismo a la realidad y sus consecuencias

Arrastrado por la convicción de que nunca llegó tan lejos, el secesionismo está ya en medio de ninguna parte. La intervención en Cataluña con la cobertura del artículo 155 de la Constitución es una suspensión del autogobierno en toda regla. Sin Ejecutivo propio, sin control sobre sus recursos tributarios y financieros, con los Mossos privados de su mando natural y con un Parlament con atribuciones recortadas, que lo reducen a poco más que una diputación, la comunidad catalana sufre una regresión política de la que resultará difícil que se recupere. Es un corte abrupto, tras el que no hay vuelta a la normalidad a medio plazo, que retrotraerá a un pasado lejano el grado de autonomía política y administrativa alcanzado por la comunidad.

Ni la amenaza de esa pérdida consigue que explote la burbuja en la que está inmerso el secesionismo, quizá porque la esencia de ese movimiento anida en un mundo propio ajeno a todo hecho que no sirva a la causa. En eso consiste la desconexión.

Con una mayoría insuficiente para abordar cualquier reforma estatutaria, el independentismo arrolló a la oposición parlamentaria para aprobar la ley del Referéndum y la de Transitoriedad, con las que pretende legitimar un proceso que carece del mínimo sostén jurídico. Lo ocurrido en el Parlament en septiembre fue un caso de violencia institucional. Con esos mismos términos calificaba ayer el presidente de Junts pel Sí, Lluís Corominas, la intervención del Gobierno en Cataluña, incapaz de advertir que el proceso iniciado al violentar la legalidad termina por generar ahora una respuesta forzada, aunque esta vez sobre un sustrato legal consistente.

A Puigdemont le queda la única opción de confrontar los resultados de un referéndum que sólo vale en su mundo con los de las urnas homologables en cualquier democracia. Ahora sí que en Cataluña la cosa va de votar.

La incógnita es si optará por la única vía de vuelta a la realidad, incómoda e impredecible para todo el soberanismo, o dará el último empujón para que se despeñe por el barranco la furgoneta que la CUP convirtió en una metáfora visual de Cataluña.

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