Los sueños más dulces pueden tornarse pesadillas. En una semana Mariano Rajoy pasó de conseguir la aprobación del Presupuesto con apoyo del PNV, un balón de oxígeno que se presumía le permitiría acabar la maltrecha legislatura, a ser desalojado del Gobierno por Pedro Sánchez con los votos de esos mismos nacionalistas vascos, unidos esta vez a los de los catalanes. El escenario no puede ser más complejo ni de mayor incertidumbre. Abre una oportunidad para que los separatistas puedan utilizar la salida de Rajoy como excusa para volver a transitar por la legalidad y para que Sánchez forme un buen Gobierno capaz de afrontar con éxito los inmensos desafíos del país. Pero con más respaldo de la amalgama de formaciones que le auparon a la Moncloa que diputados propios y sin una hoja de ruta clara, la tarea va a resultar ardua.

En tiempo récord, poco más de un año, Pedro Sánchez reconquistó el poder del PSOE del que sus propios compañeros le habían descabalgado y vio cumplido su sueño de llegar a la Moncloa. Ayer tomó posesión tras prosperar la primera moción de censura de la democracia, con la rémora de ser el primer presidente que no ha ganado unas elecciones e incluso haber cosechado los peores resultados de su partido. Contra todo pronóstico, inasequible al desaliento y en una exhibición de perseverancia y obstinación, el hombre que renunció a su escaño para no tener que aupar a Rajoy ha conseguido tumbarlo.

En poco más de una semana, Mariano Rajoy pasó de creer apuntalado su segundo mandato con la aprobación del Presupuesto a verse en el final de sus casi 40 años de carrera política. El hombre moderado y tranquilo que evitó el rescate de España, dio la vuelta a la economía, se enfrentó al desafío catalán y vio pasar el cadáver de tantos enemigos es el primer presidente expulsado por una moción de censura. Los mismos diputados socialistas que con su abstención permitieron su investidura le dieron la puntilla con ayuda de Podemos y de los independentistas. El mismo PNV que acababa de darle aliento le dejó caer.

El detonante fue la sentencia del "caso Gürtel", por delitos cometidos entre 1999 y 2005: casi 52 años de prisión para el cabecilla, Francisco Correa; 33 para el extesorero Luis Bárcenas y, lo más importante, multa de 245.000 euros al Partido Popular por lucrarse de la trama. El PP se convertía en el tercer partido de la democracia condenado por corrupción y financiación ilegal. Antes lo habían sido Unió Democrática de Catalunya y Convergencia Democrática de Cataluña, hoy PDeCAT, por los "casos Pallerols y Palau".

Nada revela el fallo de "Gürtel" que no fuera de dominio público, ni siquiera están en él todos los que despertaban sospechas. Pero es palabra de juez y vino a colmar el vaso de la tolerancia social, desafiada en los días previos con el esperpento de Cristina Cifuentes y el encarcelamiento de Eduardo Zaplana. El ambiente se volvió irrespirable. A ello contribuyó sin duda la reacción de la dirigencia popular, sin la menor autocrítica ni un solo gesto de humildad, con desdén incluso a la hora de explicar la sentencia e intentar defenderse. El PP se negó a admitir la realidad y acabó pagándolo.

Pero la Presidencia de Pedro Sánchez, recibida incluso entre los suyos con una euforia no exenta de preocupación, abre multitud de incógnitas. Llega al poder con una debilidad extrema, apoyado por los independentistas a los que hace bien poco llamaba "racistas" y por Bildu. Tiene el respaldo de sólo 84 diputados propios frente a 96 de partidos que le prestaron sus votos más para tumbar a Rajoy que para hacerle a él presidente. No ha explicado con qué programa gobernará, ni siquiera hasta cuándo; tampoco cómo piensa conciliar la plurinacionalidad con el derecho a decidir. Al PNV le prometió aplicar los Presupuestos de Rajoy que el PSOE había rechazado por regresivos y al que cinco de sus socios han puesto ya reparos en el Senado porque "cronifican" la desigualdad. Pablo Iglesias le pide paso en el nuevo Ejecutivo y no le ven hueco... Tiene muchos frentes y poco margen más allá de la política de gestos.

Importantes incógnitas, pero también alguna oportunidad. El separatismo puede encontrar un camino para volver a la legalidad cargando las culpas a Rajoy. De hecho, dos días antes del debate de la moción, el presidente de la Generalitat renunció a los cuatro consejeros huidos y presos para desbloquear el Govern, que ayer precisamente tomó posesión. En las manos de Pedro Sánchez está la formación de un Gobierno a la altura de los retos políticos, económicos, territoriales y sociales del momento, en el que Asturias ha de tener representación y encontrar respaldo en asuntos tan relevantes como la llegada del AVE, la transición energética, los terrenos de La Vega, el plan de vías de Gijón, el soterramiento en Avilés o el futuro de Hunosa. Incluso el PP tiene ocasión de abordar una renovación en sus filas que desde el Gobierno le hubiera resultado mucho más difícil.

El gran perdedor, además del ya expresidente, es Albert Rivera. Ciudadanos, que iba como un cohete en las encuestas, queda en tierra de nadie como único gran partido que votó en contra de la moción de censura. Era el único interesado en un adelanto electoral -dio por roto el pacto con el PP y acaba la legislatura, contribuyendo así al tsunami- y en la tarea de pararle los pies acabaron confluyendo todos. Una vez más, y en momentos extraordinariamente delicados, a sus señorías se las vio más preocupadas de sus cuitas electorales e intereses personales que de las urgencias del país.

El tiempo dirá si la moción ha sido el paso adecuado para impulsar los cambios que España necesita. Por el bien de todos, ojalá las promesas y principios invocados estos días se traduzcan en regeneración, ejemplaridad y más igualdad.