Opinión

El círculo de la política

El lamento por la calidad de los actores del espacio público

El círculo de la política

El círculo de la política / LNE

No es nada actual el lamento por la calidad del espacio público ni las críticas a sus actores. Ya Azorín decía que no había piedad para los líderes. De hecho, la desconfianza hacia lo político está en el gen de la reacción al cambio. La noción de élite guarda relación con los "élus", los elegidos, frente a la tradición aristocrática, por mucho que nos hayamos empeñado en reforzar la dinámica plebiscitaria –la importancia del "me gusta"–, generando un progresivo desgaste de la democracia representativa.

Acudir a la raíz del problema supone tratar sobre el perímetro de la política, de quienes se acercan a ella, de quienes operan en ella y de quienes están atrapados en ella. Tres situaciones diferentes que nos llevan a preguntarnos si estamos configurando un ecosistema de acción pública en el que se acerquen los mejores, si los que operan lo hacen en círculos cerrados, reducidos o aislados, y si la salida se hace tan difícil que la vertiente del liderazgo cede ante la del carrerista. Existe una cuarta dimensión, el contexto en el que se actúa. A favor de las élites políticas, hay que decir que este se ha tornado más difícil, con mayor exposición, menos amable.

¿Alguien se ha preguntado qué élites de otros ámbitos recalan en la política? ¿Por qué la muerte civil después de la política? ¿Qué hacemos para retener el talento en la acción pública? Porque el talento es tan escaso como volátil.

¿Por qué la muerte civil después de la política? ¿Qué hacemos para retener el talento en la acción pública? Porque el talento es tan escaso como volátil

Hay dos situaciones peligrosas: cuando hay demasiados actores sin salida dentro de ese perímetro y cuando el tiempo dedicado a los asuntos internos –el gusto por la conspiración de esas personas que todos conocemos tienen pocas ideas, pero viven permanentemente en los Idus de marzo– compite con el de la gestión, ese momento en que, para la asignación de responsabilidades, la gestión deja de contar.

Disponemos de pocos análisis sobre el cursus honorum, el "selectorado" e, incluso, de las motivaciones para acercarse a la actividad política de nuestras élites. Y, menos aún, de las que más han crecido en las últimas décadas en España, las élites regionales.

Con pocas certezas, y aun cuando sería necesaria una mayor sensibilidad hacia el largo plazo, la sociedad se ha vuelto más cortoplacista, y la política también. Lo único que no ha variado es la vinculación de la política con la práctica gubernamental, pero paradójicamente esta no es la principal llave de acceso a las responsabilidades políticas. La legitimidad y la confianza dependen aun en gran parte de la capacidad de interpretar y de tomar las mejores decisiones, es decir, de la gestión. Por eso, además de fábricas de candidatos, las formaciones políticas deben ser escuelas de gestión.

No es cierto que provengamos de un estado idílico y que desde entonces se haya activado un proceso de selección inversa. Pero no podemos asomarnos a uno de selección adversa, que es la peor de las situaciones, aquella en la que ya no seamos capaces de distinguir entre buenas y malas calidades, una distopía imposible. Para huir de esa distopía imposible, el cuerpo cívico, tan exigente en otras materias, es el que tiene el fiel de balanza para discernir entre la buena y la mala práctica pública. Es una responsabilidad indelegable. El futuro, fuera de ensoñaciones orwellianas, será más que nunca, una cosa pública. Por eso decidir más, exigirá más calidad de actores y políticas.

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