Opinión | Editorial

Sin científicos no hay ciencia, y sin la sociedad detrás, tampoco

Sin científicos no hay ciencia, y sin la sociedad detrás, tampoco

Sin científicos no hay ciencia, y sin la sociedad detrás, tampoco / Pablo García

Formar e informar son dos caras de una misma moneda. Ambas palabras comparten raíz: dar forma, configurar, ya sea con la revelación de aportaciones sustanciales o de acontecimientos inesperados. Desde la vocación inquebrantable de servir a los lectores y de convertir el trabajo científico en parte de la cultura ciudadana, no podemos encontrar mejor ejemplo en que ambas misiones vayan de la mano que la Semana de la Ciencia "Margarita Salas" de LA NUEVA ESPAÑA. Una sociedad mejor formada e informada científicamente es más crítica, libre y democrática. En consecuencia, menos manipulable. 

¿Y si la biomasa fuese para Asturias el nuevo carbón del siglo XXI? Tras el cierre de las minas, la quema de residuos forestales es el más importante recurso energético de carácter autóctono. Los porcentajes son sorprendentes. La producción que se obtiene por esta vía ya representa el 58% del calor y electricidad de origen primario en la región, frente al 18,5% de los parques eólicos, el 13% de los embalses o el 0,5% de las placas solares.

La alternativa, aún lejos del desarrollo óptimo, puede llegar a alcanzar gran relevancia tanto para la cadena de valor industrial, por su contribución a la transición verde, como para generar rentas y actividad en un sector agrario necesitado de un fuerte impulso. Con algunas ventajas añadidas: su disponibilidad permanente, no sujeta a la intermitencia de las condiciones meteorológicas –a diferencia de la eventualidad de los molinos de viento–, y el estímulo añadido que supone para gestionar bien los montes –de donde sale la materia prima–, limpiarlos y prevenir así los incendios.

Para compatibilizar la obligación de mantener una región industrializada y conservar el paraíso natural, la clave está en propiciar un equilibrio sin fundamentalismo

Tan pernicioso sería continuar basando el actual nivel de bienestar solo en energías fósiles como pretender apostarlo todo a una carta de forma urgente y desordenada como única estrategia posible frente al cambio climático. Cuidar el planeta supone adoptar una actitud inteligente y emocionalmente comprometida con el entorno del que formamos parte utilizando el conocimiento y la tecnología para velar por que su dinámica innata no se deteriore. Hacer viables esos cuidados significa colmar las necesidades del presente con racionalidad sin complicar la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer las suyas. De estos conceptos, sostenibilidad, biodiversidad, virus, mares saludables, combustibles ecológicos, se habló estos días en la Semana de la Ciencia que acaba de cerrarse. Una iniciativa que encuentra apoyo creciente por parte de empresas comprometidas.

Las charlas pusieron sobre la mesa datos espectaculares. Hay más teléfonos móviles que seres humanos. Solo las 35.000 prótesis de cadera que cada año se implantan en España suponen casi 21.000 kilos de titanio. Cincuenta de los noventa elementos naturales se utilizan en 8.500 millones de dispositivos informáticos. El mosquito es el animal más peligroso: mata a 725.000 personas cada año transmitiendo infecciones.

¿Cómo va a renunciar Asturias a su siderurgia si ya en el siglo II antes de Cristo existían aquí ferrerías? El reto consiste en fabricar acero sin herir el ecosistema, ni concebirlo como un pozo inagotable de recursos. Para compatibilizar la obligación de mantener una región industrializada y conservar el paraíso, la clave está en propiciar un equilibrio sin fundamentalismo. La ciencia y el periodismo comparten ahora otra línea de confluencia: luchar contra los bulos que prenden con facilidad en la confusa amalgama de las relaciones telemáticas de la época. Las ocurrencias pesan tanto como las opiniones fundadas. En la batalla por acercar a los asturianos la verdad, de la información o del saber, nos encontrarán siempre.

Los progresos tecnológicos, los hallazgos innovadores requieren del esfuerzo colectivo. De los investigadores, cooperando creativamente para construir desde la interdisciplina transversal y los cimientos anteriores. De la comunidad, refrendando las políticas que favorezcan los avances para dar respuesta a problemas complejos. Algo han permitido evidenciar estas jornadas de LA NUEVA ESPAÑA: sin científicos no hay ciencia, pero sin sociedad que la respalde, tampoco. Por primera vez, la región va a contar con un calendario que plasma todas las convocatorias anuales de ayudas a la investigación antes diseminadas y descoordinadas, con fechas estimadas de plazos de solicitud y de resolución. Algo obvio para que los profesionales planifiquen los concursos a los que acudir con antelación y criterio, pero que no existía. Los desafíos persisten. Ese es el camino para no quedar descolgados.