Llanes, Ignacio PULIDO

Amalgamados con las aguas del Cantábrico, decenas de colores han elevado al puerto llanisco hasta el Olimpo de las artes. A las evocaciones marineras de la villa se sumó, hace ya ocho años, una de las más insólitas manifestaciones artísticas del Principado: los «Cubos de la Memoria». La obra de Agustín Ibarrola da cada día la bienvenida a los pescadores que regresan del mar en busca de refugio para sus embarcaciones. Tras siglos de historia, Llanes espera por las últimas pinceladas que concluirán la adecuación de sus instalaciones pesqueras.

La larga historia del puerto llanisco tiene un primer hito en la concesión de un alfolí de sal, por orden de Alfonso XI, en el año 1338, lo cual representó un fuerte impulso para su flota pesquera. Durante varias centurias, el puerto ostentó la hegemonía comercial en el oriente asturiano, gracias a la exportación y, sobre todo, a la caza de ballenas.

No obstante, la fiebre ballenera del litoral cantábrico tocó techo en el siglo XVII. Los cetáceos comenzaron a escasear y se abrió un proceso de deterioro en el puerto llanisco, agravado por los continuos reclutamientos de marineros para engrosar las filas de la Real Armada. Por si esto fuera poco, el antiguo muelle tenía una entrada nefasta, debido al bajo de la Osa -hoy desaparecido bajo las obras del espigón homónimo-, lo que obligó a acometer varias obras.

Ramón Carrandi y Santiago Fuentecilla son dos jubilados cuyas vidas están ligadas por la construcción del puerto. La vida de la mar nunca atrajo a Carrandi, quien trabajó siempre en tierra. En cambio, Fuentecilla es un «lobo de mar» entregado por completo al oficio de la pesca. Ambos son nietos de Ramón «El Buzo», un submarinista que participó en la ejecución del del espigón de la Osa durante el primer tercio del siglo pasado. «Mi abuelo era buceador en los lagos de Covadonga y también había trabajado en la construcción de un cargadero en Lastres. Por entonces se sumergía con escafandra y le daban aire con una manivela», precisa Fuentecilla.

Paseando por el muelle donde trabajo su abuelo, Carrandi hace mención a su infancia. «Antaño había más embarcaciones que ahora. Los niños jugábamos a la pelota en la playa del Sablín, donde botábamos pequeñas lanchas de hojalata».

Carrandi prefirió optar por la vida en puerto. «Sólo fui alguna vez a la mar. A veces se podía ganar mucho, pero, otras, nada; por eso opté por ganarme un jornal fijo».

En una pequeña ventana, dos maquetas navales asoman sobre el alfeízar. Tras los cristales, Fuentecilla trabaja en su nueva creación: un pesquero. Ebanista, marinero y armador jubilado de 77 años, invierte su tiempo en la creación de una particular flota. «Comencé a trabajar en la mar después de casarme. En el puerto había más de 20 lanchas y la pesca de sardina al galdeo era una de las artes más practicadas», afirma, mientras trabaja con un formón, modelando la réplica de la embarcación que construye.

Mientras apura un cigarro, descubre parte de sus creaciones, entre las cuales se cuentan galeones, galeras, barcos de pasaje, veleros y pesqueros. Al fondo de su taller, dos piezas destacan sobre las demás: dos reproducciones a escala del «Juan Sebastián Elcano». «Empecé a hacer maquetas para mis hijos cuando me retiré. Ahora me las encargan amigos», matiza Fuentecilla, quien todas las tardes ejercita sus artes de carpintero de ribera.

Ángel Batalla es el patrón mayor de la cofradía de pescadores «Santa Ana», que engloba a 33 profesionales embarcados en nueve lanchas. Después de treinta años como marinero, elogia las actuales condiciones portuarias. «Antes dependíamos de las mareas. En ocasiones, teníamos que esperar cinco horas para salir a faenar. Si no llega a ser por las obras efectuadas, el puerto habría desaparecido», puntualiza, y añade que la ejecución de la escollera de la lonja y el proyecto para dotar al muelle de un carro varadero completarán la lista de necesidades de la flota llanisca.