Hemos construido un mundo en el que el único valor cierto es la capacidad de endeudamiento. El valor de cada ciudadano, de cada Administración, no es lo que tiene, sino lo que podría llegar a tener endeudándose hasta el tuétano y por los siglos de los siglos. El único valor de lo que uno posee es lo que podría generar a la hora de endeudarse más. La casa vale lo que la hipoteca (ya ni eso); el coche, lo que pague la financiera para enchufarte otro más brillante; la nómina, lo que el banco determine al meterte en vena otro préstamo sangrante. Vivimos durante años en una burbuja construida con mercados de futuro, movimientos especulativos, subastas de deuda, riesgos soberanos... Estamos en manos de tahúres que compran y venden al son de lo que marcan las agencias de calificación de riesgos; hoy te pongo, mañana te quito. Y ahora han concluido que ya no valemos nada. Ni los ciudadanos, ni las administraciones, ni el Estado supuestamente soberano. Estamos en números rojos. Llanes, también.