Conocí los bufones de Pría hace una década, de la mano de mi gran amigo y añorado Samuel -luchador infatigable en pro de las causas nobles, amante y defensor de la Naturaleza y asturiano militante a cuya querida memoria, sus amigos de Llames de Pría han dedicado una preciosa senda que discurre junto al río Guadamía, «La Senda de Samuel», que os recomiendo vivamente.

Decía que conocí los bufones de Pría en el verano de 2003. Mediaba septiembre y la naturaleza, en este bellísimo rincón de Asturias, bullía en todo su esplendor... La majestuosidad de sus montañas, el verdor de sus praderías, el mar, el sol teñido a veces por un leve orbayu... Un verdadero paraíso.

Deslumbrada por tanta belleza, no imaginaba que el impacto mayor estaba aún por llegar. Y llegó cuando me llevaron a conocer los bufones.

Como a todo el que los visita por primera vez, me impresionó el espectáculo que la naturaleza desplegaba ante mis ojos. Recuerdo con nitidez aquel impacto: el rugido del Cantábrico embravecido te sobrecoge, casi tanto como esas columnas de agua pulverizada -espuma, aire y salitre- que emergen de las profundidades del acantilado, propulsadas hacia el infinito. Un fenómeno natural único en España y en Europa, que deja boquiabiertos a cuantos se acercan a conocerlo.

Y qué decir del sonido del mar; del sonido que nuestro bravío Cantábrico pone a este espectáculo: un bramido estremecedor, que nace de las profundidades, de sus mismas entrañas submarinas... como un quejido.

El «bramadoriu», que así lo conocen allí, (qué bonita palabra... y qué acertada... porque el mar brama de verdad a través de los 34 bufones de Pría) es un espectáculo que asombra y estremece.

Es en los días de fuerte oleaje cuando el «bramadoriu» muestra su fuerza salvaje y tempestuosa. La tierra se abre, escupiendo al cielo fragmentos de mar, en medio de un estruendo ensordecedor. Y los lamentos del «bramadoriu» se escuchan a distancia, incluso desde los lejanos Picos de Europa.

Por eso aquel septiembre -época de mareas vivas-, los bufones se convirtieron en parte imprescindible de mis paseos por los acantilados de Llames de Pría. No me cansaba de verlos, de escucharlos, de admirarlos... Los recuerdos de aquel verano quedarán para siempre en mi memoria.

He vuelto a los bufones años después. Y lo que he visto me ha llenado de desazón, de tristeza. El espectáculo, antaño majestuoso y sobrecogedor, es ahora desolador.

Dónde está aquel paraíso natural...? ¿Qué ha sido de él...? ¿Cómo se ha podido convertir un monumento natural en un basurero...? ¿Cómo es posible que aquellos verdes acantilados hayan devenido en una tierra yerma y reseca, sin rastro del rico manto vegetal que los cubría...?.

Las razones son muchas. Algunas, creo, muy evidentes. La primera: la falta de protección de un fenómeno tan singular como los bufones de Pría. Algo inexplicable, más aún cuando otros muy próximos, como los de Santiuste y Purón, gozan ya de la calificación de «monumento natural protegido» desde hace tiempo. ¿Qué ha de ocurrir para que este privilegiado lugar sea declarado «espacio protegido»?

Pero más grave aún es otro factor derivado de esta desprotección: la masiva e incontrolada afluencia de vehículos (en verano se cuentan por cientos) hacia un entorno natural especialmente frágil, que no puede soportar semejante agresión continuada sin sucumbir. Decía William Faulkner que «un paisaje se conquista con las suelas del zapato, no con las ruedas del automóvil...» Apliquémonos esta máxima.

Y con la masificación turística llega también muchas veces el incivismo. Algunos visitantes, faltos de la más elemental sensibilidad hacia el medio ambiente, arrojan todo tipo de basuras y desperdicios a los bufones, taponando sus bocas... que, a duras penas dejan oír ya su lamento ante tal agresión.

Por eso, es urgente salvar los bufones de Pría incluyéndolos en la «Red de Espacios Naturales Protegidos». Es urgente restringir el paso masivo de vehículos y regular el acceso peatonal hasta los acantilados. Y es urgente exigir a los visitantes un mínimo respeto hacia el entorno, hacia un patrimonio natural que es de todos los asturianos.

Si esquilmamos la naturaleza, corremos el riesgo de destruirla y de acabar siendo víctimas de esa misma destrucción.

Por eso, lanzo un SOS: ¡Salvemos los bufones antes de que sea demasiado tarde! Salvemos la Naturaleza! Es nuestro futuro. Y una tierra de tanta belleza como Asturias no puede dar la espalda a su enorme riqueza natural. Es deber de todos conservarla.

Y tal vez entonces, si entre todos conseguimos este objetivo, volvamos a escuchar la «voz» del mar, bramando tempestuoso a través de los bufones, agradecido por este pequeño-gran esfuerzo colectivo.