Arriondas (Parres),

Patricia MARTÍNEZ

«María decía que la mejor forma de ayudar allí es comprometernos aquí». Así recuerda la parraguesa Ana Aramburu las palabras de su amiga María Llamedo, misionera en el Congo, antes de que la primera partiera hacia la capital del país africano, Kinshasa. Aramburu acaba de aterrizar de nuevo en Arriondas tras dos meses de experiencia catártica, una «lección» de la que regresa «con la necesidad de centrarme en cosas que de verdad valgan la pena, que sirvan para cambiar un poco el mundo, aunque sea muy poco».

Antes del viaje ya lo hacía, pues es una de las promotoras del grupo -que muy pronto será asociación- «Parres-Kinshasa», creado para «conocer la realidad africana y establecer lazos para ayudarnos y enriquecernos mutuamente», describe Aramburu.

Su viaje partió de «una pura necesidad personal. Desde mi ser humano y cristiano sentía mucha necesidad de conocer esa otra cara del mundo», a la que desde esta parte es «imposible» acercarse, por muchas imágenes que muestren los medios de comunicación.

Hizo la maleta y se plantó en el barrio de Kitambo, «humilde y empobrecido», en el que vive María Llamedo junto con otras compañeras teresianas. La oportunidad de conocer la realidad congoleña de su mano fue «una suerte» para Ana Aramburu, que vio de cerca los dos proyectos principales que la orden tiene en Kinshasa: la biblioteca «Karibuni» y el centro de niños «Bana Ya Poveda».

María Llamedo trabaja en la biblioteca, en la que hay libros de consulta -poco accesibles porque son caros- y conexión a Internet, algo «impensable» en un país en el que la mayor parte de los hogares no tiene luz eléctrica. También organizan bibliotecas infantiles en diferentes barrios con actividades de animación a la lectura y de alfabetización. Del centro «Bana Ya Poveda» trajo Ana Aramburu su mayor enseñanza, impartida por unos cuarenta niños recogidos de la calle. «Me vienen sus caras», describe la parraguesa antes de explicar que aquellos pequeños «sufrieron lo que ningún adulto, y menos un europeo, sufrirá». Lo que más le impresionó fue «su capacidad de transformar todo eso en algo positivo», de acoger a la visitante y darle cariño. «Haberles conocido fue lo que más me conmovió», añade.

La fuerza de estos pequeños y de las personas que trabajan para sacarlos a ellos y al país adelante «brilla» para Ana Aramburu, a quien humanamente le dijeron «mucho». En el país africano encontró «mucha esperanza y vida, gente en las calles, muchos niños, mucho movimiento», pero también muchas dificultades sociales y económicas.

La parraguesa reparó en el comentario de una teresiana congoleña: «contaba que los jóvenes de menos de treinta años no han conocido nunca un país próspero», relata la joven antes de subrayar lo duro de ver «cómo en treinta o cuarenta años el país se va al garete». Aramburu reconoce que «estamos en Europa y en otras circunstancias», pero confía en que «espabilemos socialmente y no caigamos en eso». Una vez de vuelta, esta profesora de Filosofía en paro cree que «necesitaríamos echar un vistazo a aquel otro mundo para darnos cuenta de lo que de verdad es importante».

Ella lo hizo y ha regresado con las cosas claras, con su «vocación cristiana sumamente confirmada» y muchos proyectos para la asociación «Parres-Kinshasa». Hasta el momento han organizado mercadillos de artículos de segunda mano para promover un consumo menor y una mayor reutilización, conferencias sobre la realidad congoleña y actividades infantiles. En el futuro habrá más actividades dirigidas a adultos, como un ciclo de cine africano o tertulias.