«¡Sácame guapa en la foto!». Ángeles Martínez cumple hoy 105 años pero sigue siendo tan presumida y coqueta como cuando, «de chavalina», cortejaba con el que fue su marido, Manuel Cue, fallecido hace ya más de treinta años y con el que tuvo cinco hijos «en dos etapas: a unos antes de la guerra, y a otros, después». No ha olvidado a su hombre y quizá lo que más desearía hoy es que estuviera a su lado en la sencilla celebración que le prepara su familia. «Era muy buenu, muy buenu el maridu míu», repetía ayer. «Y me quería con locura», añadía la «güela» de Llanes, sentada en su sillón preferido, junto al ventanal de una de las salas de su casa en La Corralada, en el barrio de El Corral, en el pueblo de Barru.

Ni el tifus pudo con ella. Y eso que aquel repentino ataque bacteriano hizo estragos en Barru, en el lejano 1951. Casi todos los vecinos resultaron afectados. Ángeles Martínez Cue, no. San Roque, por quien el pueblo de Barru siente verdadera devoción, la libró. Ella, pese a la frágil apariencia que le confiere la edad, es fuerte como un roble, lo que le ha ayudado a superar todos los contratiempos, incluidos un infarto y una angina de pecho que sufrió hace nueve años y la rotura de un fémur a causa de una caída hace once. Ha podido con todo, aunque la caída la obliga a utilizar muletas desde entonces.

Ángeles Martínez tuvo cinco hijos: Manolo, Pepa, Charo, Pura y María, esta última gemela de la anterior y fallecida hace diez años. Tiene también cinco nietos y dos bisnietos. Todos ellos la tienen en palmitas, la miman. Ve con dificultad, pero goza de un oído prodigioso. Tanto que reconoce a todos sus familiares por la voz. Hoy estará rodeada de sus seres queridos, que le desearán que siga resistiendo muchos años más. Y es que Ángeles Martínez celebrará su fiesta de cumpleaños en familia. No habrá grandes dispendios ni alharacas, sólo un pincheo en la quintana de casa y, seguramente, vino o sidra de acompañamiento.

La ya más que centenaria llanisca, ya se ha dicho, siempre ha sido presumida, sí, pero también muy trabajadora. Ella fue una de las pioneras del turismo en Llanes: el 5 de julio de 1964, junto a su marido, dejaba atrás el ganado e inauguraba el camping de Sorraos, donde el matrimonio y sus hijas trabajaron sin desmayo. Empezaron de casualidad: un verano dejaron acampar en una finca que tenían junto al mar a unos «melenudos» de Madrid y se percataron de que allí había un negocio en ciernes. Dicho y hecho, abrieron al año siguiente. Ángeles se encargaba de la cocina. Sus especialidades eran la ensaladilla rusa y la paella de marisco. Primero, la acampada se limitaba a un pequeño prado, pero con el tiempo Ángeles y su familia adquirieron otros veinte. Y no fueron más porque ya no había expansión posible. El negocio sigue en manos de los Cue-Martínez, pues ahora lo levan las hijas y nietos de la matriarca.

La longevidad de Ángeles Martínez viene sin duda determinada por la genética. Una hermana suya, Charo, alcanzó los 106 años; con la particularidad de que a esa edad aún leía el periódico sin gafas y cosía sin parar. A Ángeles la vista le falla, sí, pero aún es capaz de recordar detalles de su juventud; por ejemplo, cómo cortejaba con el que después sería su marido, vecino de puerta con puerta: «él subíase a esi pegoyu y yo sentábame en suelu. Así cortejábamos», rememora.

Claro que otras veces el pretendiente «esguilaba» por una columna que había entre las casas de ambos y se quedaba allí de pie, mientras que ella se sentaba en el corredor. Podían pasarse así horas, mirándose y charlando de sus cosas. Tanto así que su hermana Áurea, que a sus 98 años cuenta con una salud y una memoria prodigiosas, recuerda que siempre había que llamarla y que a menudo llegaba tarde a comer, «a cuenta de estar un pocu más con el dichosu noviu. Muchu pasamos contigo, caprichosa», señaló entre bromas la dinámica y jovial Áurea, que en dos años será también centenaria.

Pero aún hay otra nonagenaria en la familia, su hermana Mercedes, que ya ha cumplido los 96. Los varones de la saga, en general, no han resistido tanto, aunque varios de ellos superaron los ochenta. Las hermanas lo tienen claro: la longevidad tiene que ver «con la rama de Barru», la de su madre, porque «la de Celoriu», la de su padre, no parece tan resistente.

¿Dónde está el secreto de la longevidad de esta familia? Ninguna de las hermanas lo sabe a ciencia cierta, aunque Áurea apuntó que todas ellas se criaron «con sidra casera, pero no dulce». De hecho en casa tomaban sidra a diario hasta que, hace unos años, falleció el yerno, que la elaboraba. Más secretos: nada de tabaco. Cero. Bueno, cero no, porque Charo, la hermana que falleció con 106 años fumaba siempre un cigarrillo en Nochebuena. Pero sólo ese día. A Ángeles, por el contrario, nunca le interesó el humo del tabaco. En cuanto a la alimentación, tampoco parece haber muchos secretos, aunque quizá la clave, si es que la hay, sea que comen «de todo»: pote, cordero, conejo... Ayer mismo había en casa arroz con costillas. Eso sí, desde hace unos años Ángeles tiene que comerlo todo hecho puré.

Ángeles Martínez camina por casa con la ayuda de sus muletas. Cuando hace buen tiempo la ayudan a bajar a la corrada y come allí. Y una de sus pocas quejas es que, con el paso del tiempo, se ha vuelto muy friolera. ¿Una anécdota? Durante la Guerra Civil llegó a estar presa, pero sólo unas horas, porque tenía un hijo de pecho y los milicianos la dejaron marchar. La habían detenido porque al preguntarle si era de derechas ella respondió: «de pura cepa». Así es ella.