María Blanco lleva "toda la vida" marcando con su tambor el ritmo de la procesión de San Antoniu en Cangas de Onís, pero ayer decidió cambiar el instrumento por un carricoche. Dentro iba su hija Deva Estrada, que con apenas un mes de vida ya vestía con desparpajo el traje de llanisca. "No se inmuta ni con los voladores. En cuanto eche a andar aprenderá a tocar la pandereta como hicimos las cuatro generaciones anteriores de la familia", contó la progenitora. Como ellas, cientos de personas se echaron a la calle para celebrar el día grande las fiestas patronales, que arrancaron a primera hora con la misa en El Robledal y el descenso del santu hasta la iglesia parroquial, donde le esperaban numerosos fieles.

"Cada año viene más gente y cuesta encontrar sitio en el prau pa comer", señaló Manuel Martín, que junto con Francisco Martín, Enrique Carande y Enrique Valdés llevó de vuelta a San Antoniu hasta su capilla. Por delante de ellos avanzaban seis ramos, que salieron desde el barrio de La Concepción y la calle San Pelayo, a hombros de vecinos como Celso Fernández, José Luis, Isaac y David, "los Fifos", y cuyos roscones se encargó de subastar Jaime Fernández.

También Estela Sánchez, Mariam Fernández, Belén Valdés y Mari Sánchez ofrecieron un ramu a San Antoniu en "por la protección que prestó a una amiga enferma". Las portadoras del pan iban flanqueadas por la banda de gaitas local y por un ejército kilométrico de mozos y mozas vestidos con el traje regional, entre los que se encontraba la hispano-etíope Carla Fernández Martínez que, a sus tres años de edad, no se ha perdido ninguna edición de esta fiesta declarada de interés turístico regional. "Hay cantera y presta ver que los críos se involucran y siguen la tradición", contó su padre Carlos Fernández. Tampoco se pierden la fiesta, que organiza la Sociedad de Festejos de Cangas de Onís (SFC), y que finaliza el próximo domingo con La Jira, vecinos que residen fuera, como Isabel y María José Otero, aunque para ello tengan que hacer un largo viaje desde Suiza.